domingo, 12 de agosto de 2012

Parte II: El 'Bolívar' de Marx - Vladimir Acosta

El contexto y las motivaciones de Marx
La pregunta que en forma inevitable surge al leer este escrito de Marx, y que ya se hacía en 1942 Gilberto Vieira, es: ¿cómo es posible que un genio como Marx y un investigador tan serio y riguroso como él haya podido escribir un texto semejante?

Desde el principio, desde que empezó a circular el texto, la izquierda latinoamericana ha intentado explicar el escaso valor del mismo argumentando que se trató de un trabajo menor, de ocasión, escrito sin el menor interés y sólo como recurso de supervivencia; y que además Marx no pudo contar sino con unas pocas fuentes disponibles, que para colmo eran todas contrarias a Bolívar. Pero esta explicación es claramente insuficiente. Es verdad que se trató de un trabajo menor, escrito de prisa y como mero recurso para paliar las dificultades económicas por las que Marx y su familia pasaban, y pasaron, durante casi toda su vida. Ello es tan cierto que varios de los artículos escritos por Engels para la Cyclopedia de Dana le fueron atribuidos por él a Marx para que éste recibiera por ellos los pagos asignados. También es cierto que Marx no se ocupó más del asunto, salvo en dos cortas referencias a Bolívar en las que ratifica y refuerza lo dicho contra el Libertador venezolano en su trabajo. Pero en cambio no es verdad que la razón de su virulencia contra Bolívar fuera el mero resultado de la escasez de fuentes sobre éste y de haberse visto obligado a usar las pocas disponibles, que le eran todas desfavorables. Aquí conviene señalar dos cosas. La primera, que, como mostrara el escritor norteamericano Hal Draper hace algunas décadas, en su artículo ‘Carlos Marx y Simón Bolívar’, Marx, que todos sabemos era un investigador serio y acucioso, revisó las fuentes disponibles en la Biblioteca del Museo Británico en la que solía trabajar de ordinario, y es falso que todas fueran contrarias a Bolívar. Dice Draper que Marx revisó en el Museo varias enciclopedias inglesas, francesas y alemanas, como la Encyclopaedia Americana, la Encyclopaedia Britannica, la Penn Encyclopaedia, la Encyclopédie du XIXe siècle, el Dictionnaire de la Conversation y el Brockhaus Conversations-Lexicon, y que todas ellas eran abiertamente favorables a Bolívar. De donde se deriva que prefirió ignorar las informaciones y criterios de estas fuentes. Y la segunda cosa a señalar es que de las fuentes que sí usó para su trabajo, las que ya he mencionado, se basó de modo casi exclusivo en una de ellas, la más adversa a Bolívar, la que destila a cada paso intrigas, calumnias y odio contra él, apenas usando de modo ocasional las otras dos, una de las cuales, Miller, lo elogia en cambio varias veces.

Es decir, que no es una mera cuestión de ausencia de fuentes, y la verdad es que Marx escribió su ensayo predispuesto por completo contra Bolívar; que disfrutó demoliendo al personaje; y que perdió, en una temática que además no manejaba bien como era la revolución de independencia sudamericana, toda posibilidad de redactar sobre el Libertador venezolano un trabajo sino objetivo por lo menos serio. La explicación de fondo hay que buscarla entonces en otra parte, o a otro nivel; y en mi opinión hacerlo supone adquirir del asunto una visión al mismo tiempo más amplia y más concreta.

Una visión más amplia supone hacerse tanto una idea general del contexto histórico y sociocultural en que Marx escribe el texto como del proceso evolutivo de su pensamiento dentro de ese contexto en que se mueve. Esto, como se ve, supone un examen demasiado extenso y complejo como para poder tratarlo en este corto ensayo, razón por la que me limitaré sólo a exponer en forma somera los elementos que me parecen más relevantes. Central en este terreno es constatar el auge capitalista que caracteriza a esa Europa de mediados del siglo XIX en que transcurre para entonces la vida de Marx y en la que se hacen comprensibles los parámetros de su pensamiento, incluso cuando con extraordinaria visión histórica ubica como sistema concreto al asociado al capital, define sus límites y contradicciones, y denuncia sus miserias. Y al mismo tiempo, no olvidar que aun dentro de su genialidad el pensamiento de Marx no constituye un todo fijo o inmodificable, como intentan hacernos ver algunas lecturas dogmáticas del mismo, sino que es evidente que evoluciona, madura, se equivoca, avanza, se enriquece y profundiza, aunque hay en él terrenos siempre mejor explorados por ser considerados prioritarios mientras que hay otros que, sea por razones históricas o de interés personal, permanecen vírgenes, se tocan de manera superficial, o no son integrados como los primeros a visiones de conjunto.

El Marx de mediados del siglo XIX está condicionado en gran parte, y habría sido casi imposible que no lo estuviera, por una visión positiva del progreso y del sentido de la Historia; materialista, sí, inseparable de ese auge capitalista dominante ya en Europa y ascendente en los Estados Unidos y capaz de ver sus límites históricos, pero aun sujeta a algunos rasgos idealistas de corte hegeliano. Esa visión del progreso asociada al ascenso y triunfo del capitalismo (Marx no habla nunca del capitalismo sino del capital) está presente en toda su obra escrita hasta entonces, sobre todo en La ideología alemana y el Manifiesto Comunista. En ambas se muestra la fuerza imparable del capitalismo para imponerse como sistema de vocación mundial, destruyendo a su paso, o sometiéndolas a su dominio, a todas las formas de producción anteriores. Es esa fuerza disolvente y esa capacidad de expandirse por doquier lo que en su opinión y en la de Engels hacen del capitalismo, del capitalismo de su época, una fuerza revolucionaria. Revolucionaria porque, aun siendo un sistema terrible de explotación y de injusticia, al destruir las formas anteriores de trabajo, artesanales y campesinas, al crear el moderno sistema fabril, ese sistema crea también al moderno proletariado industrial, a la clase social llamada a destruirlo y a servir de fuerza motriz en la construcción colectiva de una sociedad democrática, igualitaria, justa: socialista o comunista. Por ello Marx y Engels son capaces de justificar dentro de ciertos límites la colonización inglesa de la India y de apoyar, en nombre de esa visión del progreso, la anexión de Texas y de la mitad de México por los Estados Unidos. La crítica que hacen del capitalismo, sobre todo en el mundo colonial o periférico, se limita a condenar los excesos morales o los crímenes que acompañan esa conquista o esa dominación, sin olvidar que a veces, como en el caso del desmembramiento de México por los Estados Unidos, prácticamente se los ignora.

Es dentro de ese mismo contexto que se ubica el discutido eurocentrismo de Marx. No obstante su amplitud de miras y su visión universal, es difícil negar que haya rasgos eurocéntricos en el pensamiento del Marx de mediados del siglo XIX. Para Marx la revolución, que supone la existencia del proletariado moderno, sólo puede producirse en los países capitalistas, vale decir, en Europa y los Estados Unidos. El resto del mundo cuenta menos; y sólo se incorporaría a esa lucha mediante el desarrollo capitalista que dé origen al proletariado y a la consiguiente lucha de clases. Marx escribe mucho sobre India y China, pero lo hace por la incidencia del colonialismo británico sobre ambas. Sólo más adelante, y sobre todo en etapas más tardías de su vida, Marx descubre realmente el mundo colonial, empieza a apoyar la lucha de los pueblos oprimidos del Asia, de indios y chinos, contra el dominio de los colonialistas ingleses, y comienza a darse cuenta de que lo que en su visión inicial justificaba históricamente la penetración capitalista en India y China, esto es, la creación de plenos y modernos rasgos capitalistas, ha sido un mero espejismo y que lo que esa dominación ha generado, aplastando la resistencia de los pueblos y apoyándose en las serviles clases dominantes internas, es una caricatura de capitalismo. Es lo mismo que descubre en la cercana Irlanda, lo que le lleva, desde los tiempos de la Primera Internacional, a defender la lucha de los irlandeses por su independencia de Inglaterra y a afirmar, igual que hace Engels, que el proletariado inglés se ha beneficiado de la explotación de Irlanda y que ningún pueblo puede ser libre mientras participe de la explotación de otro. Marx llega incluso, al final de su vida, interesado como estaba en el desarrollo ruso, a abrirse a la idea revolucionaria de que la vieja comuna campesina rusa, dados sus rasgos colectivistas y su peso dentro de la sociedad, podría hacer posible que Rusia se saltase la brutal etapa capitalista y pudiese avanzar hacia el socialismo apoyándose en la importancia de esa comuna agraria.

Es claro que en ese contexto europeo de mediados del siglo XIX no había mucho espacio para una comprensión de América Latina, no obstante ser ésta el área del mundo periférico más cercana de Europa, en especial de Inglaterra y Francia, en términos culturales y económicos. Las costosas y destructivas guerras de independencia, encabezadas por las clases dominantes internas, que fueron sus beneficiarias, habían conseguido la liberación de estas nuevas naciones del dominio hispano-portugués pero sólo para hacerlas caer bajo la hegemonía inglesa o franco-británica. No eran colonias porque eran nominalmente libres. Pero eran países atrasados, agrarios, de escaso o nulo desarrollo capitalista, carentes de un proletariado moderno, dominado por oligarquías terratenientes, militar o comercial que trataban de imitar a Europa hasta el nivel de la caricatura, hundidos en crisis, guerras civiles y alzamientos y amenazados por dictaduras militares y procesos internos de disolución. Comprender la complejidad y las especificidades de los procesos políticos vividos por América latina desde la independencia requería un conocimiento de la misma que no estaba al alcance entonces de nadie en Europa y que no estuvo tampoco al alcance de Marx. Todavía, siglo y medio después, discutimos con virulencia los latinoamericanos en nuestro continente acerca de la interpretación de esos procesos. ¿Cómo pedirle a Marx, desinformado y pendiente de otras cosas, que los entendiera entonces? Si hay que criticarle algo es que lo hiciera de todos modos; y sobre todo que, como en el caso de Bolívar y de la independencia sudamericana, lo hiciera cargado de prejuicios.

La visión de América latina que dominaba entonces en Europa, visión procedente de la Ilustración del siglo XVIII pero aun presente en el pensamiento europeo de mediados del siglo XIX, y reforzada, como en el caso de Marx, por las difundidas ideas de Hegel, era la que hacía de nuestro continente un mundo inferior tanto en lo físico como en lo humano; y en el caso de Hegel la que presentaba a nuestros pueblos como pueblos sin historia, como pueblos no tocados por la ascendente marcha del Espíritu universal en su evolución hacia Espíritu Absoluto. En su Filosofía de la Historia, Hegel, influido por De Pauw, desprecia a los indígenas americanos, a los que describe como débiles, borrachos, inútiles y perezosos (el ejemplo clásico sería el de los guaraníes, de los que dice que necesitaban en las reducciones que los jesuitas sonaran campanas a medianoche para recordarles sus deberes conyugales); y desconfía del mestizaje criollo. Y aunque deja de lado a todo el Nuevo Mundo por no haber sido tocado por el Espíritu, distingue bien entre la América del Norte, es decir, los Estados Unidos, y la América del Sur, o América hispano-portuguesa. Los Estados Unidos, prósperos, ricos, libres, expansivos, quedan fuera de su esquema sólo porque son la nación o el pueblo del futuro, pero la América del Sur, cuyas pobres repúblicas se basan en el poder militar y carecen de estabilidad, queda fuera porque no sólo carece de pasado y de historia sino porque también carece de futuro. Como nos muestra el texto de Marx sobre Bolívar (y el de Engels en 1849 sobre California en la guerra de Estados Unidos y México, en el que habla de los ‘enérgicos yanquis’ y los ‘perezosos mexicanos’) ambos, Engels y Marx, al menos hasta mediados de siglo, son tributarios aun de Hegel en este campo.

Y aquí surge un aspecto interesante, también relacionado con Hegel, que nos acerca al centro del problema, y que tocara hace más de dos décadas José Aricó en su trabajo Marx y América Latina. Se trata del tema del Estado, que nos lleva al motivo principal del rechazo de Marx contra Bolívar, más allá de los chismes y calumnias de Ducoudray-Holstein. Pero en este terreno Marx sólo depende de Hegel para oponerse a él. Para Hegel los pueblos que carecen de Estado son pueblos sin historia, no importa la capacidad que hayan tenido para construir grandes civilizaciones. El Estado, como es sabido, constituye el centro de la reflexión ética y política de Hegel y contiene de alguna forma a la familia y a la sociedad civil, que es concebida casi como producto de aquél, o en todo caso como parte indisoluble del mismo. En Hegel el Estado, por lo demás idealizado, visto como Espíritu objetivo, es centro del análisis de la sociedad. Vale decir, que Hegel en su estudio tiene por eje la dimensión política. Para Marx, opuesto desde antes a la visión estatal de Hegel, el centro de la reflexión social es el plano económico o socio-económico asociado a la lucha de clases. El Estado en cambio es visto como instrumento político de dominio de una clase sobre otras; y todo el esfuerzo teórico y político de Marx en este campo va dirigido a enfrentar al Estado, que es ya Estado capitalista como antes fue feudal o esclavista, a enfrentarlo y a destruir su maquinaria como requisito para construir la sociedad igualitaria y sin explotación que prevé como resultado del triunfo de los explotados contra el poder del capital. Y así como se opone en el plano teórico al Estado hegeliano, Marx se opone en el terreno de la praxis concreta al Estado bonapartista, régimen autoritario y paternalista que intenta ponerse por encima de las clases y de la lucha de clases y que, como en la Francia de Napoleón III, no es sino un instrumento de manipulación de las masas populares para debilitar sus luchas en beneficio de los explotadores.

Así llegamos a la visión concreta, que nos lleva, como ya dije, al centro del problema, a las razones precisas del odio de Marx contra Bolívar. Los críticos y enemigos de Bolívar, al calificarlo de dictador de vocación monárquica, y estas críticas también circulaban por Europa, lo acusaron a menudo de querer imitar a Napoleón y de imponer por doquier a los países que había libertado con su espada un régimen autoritario al servicio de los grupos oligárquicos y apoyado en las bayonetas del ejército. Eso fue lo que Marx vio en Bolívar. Desde que comenzó a informarse sobre él, Marx vio en Bolívar a un bonapartista, a un imitador o émulo de Bonaparte, a una versión latinoamericana, es decir, caricaturesca, de su odiado Napoleón III, encarnación del bonapartismo en esos mediados del antepasado siglo. Marx, que era un terrible polemista, y que a menudo combinaba los ataques políticos a sus adversarios con ataques personales, convierte su odio teórico y político contra el Estado hegeliano y su odio empírico contra el bonapartismo encarnado en Napoleón III en odio personal contra Bolívar. Entonces ¿qué mejor fuente para demoler al personaje que el venenoso libro de Ducoudray-Holstein contra el Libertador? Y si Bolívar es para Marx un pobre y mediocre Napoleón de esa pobre y atrasada Sudamérica, entonces ¿cómo no compararlo con el dictador haitiano Faustin Soulouque, que de Presidente se hizo coronar emperador de Haití, haciéndose llamar Faustino I, creando una suerte de corte versallesca, y al que en la Europa de esos años, racista como siempre, se lo veía como la auténtica caricatura de Bonaparte? Es justamente lo que hace Marx cuando Dana le reclama que su trabajo sobre Bolívar está lejos de la objetividad y el equilibrio que exige un artículo enciclopédico y Marx responde a sus reparos comentándole a Engels en una lamentable carta que “habría sido pasarse de la raya querer presentar como Napoleón I al canalla más cobarde, brutal y miserable” porque “Bolívar es el verdadero Soulouque.”

Quizá habría que hacer entonces, para terminar con este tema, una necesaria referencia al bonapartismo atribuido por Marx y otros a Bolívar. Este es un tema central, que toca la guerra revolucionaria latinoamericana y sus características políticas y sociales, la relación entre la guerra y la unidad de mando, la visión política centralista y unitaria de Bolívar, el análisis de su dictadura y la relación entre ésta y las Constituciones y Congresos, su preocupación por crear para los recién liberados países regímenes políticos justos y estables, y sobre todo la descomposición, las crisis y los caudillismos y rivalidades locales que siguen al logro de la independencia amenazando el proyecto unitario de patria grande de Bolívar, su decisión de salvar a todo precio la unidad lograda con tanto esfuerzo y el costo que asume en la última etapa de su vida el mantenimiento de esa unidad, lo que, viéndose enfrentado a una fuerte oposición y a una creciente demagogia encubridora de pequeños intereses y de serias amenazas de desmembramiento y anarquía, lo lleva, para mantener su poder, a apoyarse en su control del ejército y en una alianza con sectores conservadores de la reconstituida oligarquía. Pero tratar el complejo tema con seriedad y con detalle, huyendo de ligerezas y lugares comunes, exigiría un trabajo diferente, por lo que por lo pronto creo que basta con lo dicho. Lo que importa resaltar ahora es que, para Marx, Bolívar había sido un bonapartista, un caudillo autoritario opresor de las masas, y que no había sido otra cosa que el instrumento de las oligarquías para someterlas a su dominio.

Los grandes hombres. La grandeza de Marx y la de Bolivar
De modo que fue la casualidad la que relacionó a Marx con Bolívar, al gran pensador revolucionario europeo con el gran Libertador americano. La casualidad enfrentó a estos dos grandes hombres, a Marx y a Bolívar; o, para ser más exactos, a Marx con el fantasma de Bolívar. Creo necesario, para dar fin a este ensayo, hacer algunos cortos comentarios sobre la grandeza de ambos personajes y sobre la posibilidad, o mejor aún, sobre la necesidad, de recrear esa relación sobre otras bases.

Esto es necesario porque la gran mayoría de los venezolanos conoce poco a Marx y tiene de él una visión tan caricaturesca como la que el autor de El Capital nos dejara de Bolívar. Apoyada en intelectuales y académicos que le sirven, y llegando al pueblo a través de ellos y de los medios y sectores que controla y que incluyen a la alta jerarquía eclesiástica con poderosa influencia entre las masas católicas, la derecha, la misma que ha sido cómplice del saqueo de nuestros pueblos y responsable de su miseria, ha difundido esta visión con cierto éxito, utilizando también a menudo para ello el deplorable escrito de Marx contra Bolívar. Marx es entonces, dentro de la caricatura que muestran del marxismo y del comunismo, el creador de ambas doctrinas, el enemigo de la propiedad privada, y sobre todo el defensor de políticas totalitarias que acaban con las libertades, que despojan a las gentes de sus bienes, que producen por doquier la miseria y el hambre de los pueblos; algo que por cierto sí han hecho en nuestros países los gobiernos de esa derecha y sobre todo las frecuentes dictaduras anticomunistas que hemos sufrido, apoyadas siempre por ella y por los imperialistas estadounidenses a los que ella sirve.

De Marx no puedo hacer otra cosa que dar aquí una apresurada visión de conjunto acerca de su vida y de su obra. Karl Marx es sin duda uno de los más grandes pensadores que haya producido la humanidad, uno de los más influyentes, cuya obra y cuyas ideas siguen moviendo a millones de seres humanos en la lucha por un mundo mejor. Y esto es así porque Marx no fue sólo un gran pensador sino también un auténtico revolucionario, que a costa de grandes sacrificios luchó toda su vida por la causa de los trabajadores y de los explotados. Nacido en 1818 en Tréveris, ciudad de la Alemania renana que entonces era parte de Prusia, en una familia judía convertida al protestantismo, Marx, habiendo estudiado en Bonn y en Berlín, habiendo egresado con un doctorado en Filosofía de la Universidad de Jena en 1841 y habiéndose casado dos años después con Jenny von Westphalen, una bella joven de origen aristocrático, pudo haber elegido vivir como docente universitario una cómoda vida burguesa sin problemas. Pero se hizo tempranamente revolucionario, se comprometió a fondo en la lucha contra las fuerzas reaccionarias dominantes en su patria y contra la despiadada explotación capitalista que se iba imponiendo entonces por casi toda Europa, en la lucha por la justicia y la igualdad, en la defensa de los intereses de los trabajadores y explotados, al lado de los cuales, militando y escribiendo, combatió buena parte de su vida. Su mujer, su compañera de toda esa vida, sacrificó con él y a su lado su origen y sus comodidades burguesas, acompañándolo en sus luchas y en su vida difícil, a menudo al borde de la miseria, y participando siempre de sus ideas y de esas luchas.

Durante varios años Marx fue un perseguido político, expulsado de su patria y de varios países europeos por revolucionario, terminando por convertirse en un apátrida refugiado en Londres, donde permaneció hasta el fin de sus días. Acosado por las autoridades prusianas, se ve obligado a trasladarse a París en 1844, donde traba relaciones con el movimiento socialista francés, inicia sus estudios sobre la economía política inglesa y reencuentra a Friedrich Engels, alemán y renano como él, con quien traba una sólida amistad y empieza una colaboración intelectual tan fructífera como duradera. Al año siguiente, por presión de las autoridades prusianas, es expulsado de París y se traslada a Bruselas, donde continúa su actividad intelectual y revolucionaria. Después de haber militado en la Liga de los Justos, en 1847 se integra a la Liga de los Comunistas, y al año siguiente Engels y él publican en Londres el famoso e inmortal Manifiesto Comunista. En 1848, ya en el contexto de las revoluciones que empiezan a incendiar toda Europa, Marx, expulsado de Bruselas, regresa a París atendiendo una invitación del gobierno provisional recién instalado en Francia tras el nuevo derrocamiento de la monarquía francesa. Al estallar la revolución en Alemania, Marx, acompañado por Engels, regresa a su patria a participar en la lucha. Derrotada la revolución en 1849, vuelve a París, pero es expulsado de Francia poco después y debe trasladarse a Londres, donde se instala con su familia como refugiado, y donde, salvo por unos pocos viajes ocasionales, permanece hasta su muerte en 1883, año por cierto en el que en Venezuela y en toda América Latina se conmemoraba con grandes ceremonias el centenario de la muerte de Bolívar.

Marx fue un luchador infatigable y un pensador total, estudioso incansable, perseguidor acucioso del saber para ponerlo al servicio de la causa de los explotados, filósofo, escritor, polemista, investigador, periodista, político, economista, sociólogo, luchador permanente por la libertad y la justicia. En sus comienzos recibe influencia de Hegel y forma parte de los Jóvenes Hegelianos, hegelianos de izquierda, pero pronto, gracias a la influencia de Ludwig Feuerbach, rompe con el idealismo de su maestro y sus discípulos y se hace materialista. El estudio de la historia lo lleva a ir desarrollando las líneas matrices de su visión del mundo y del proceso histórico. Ya iniciado en la economía política, el contacto con Engels lo estimula a dedicarse a fondo a ella y a ir perfilando los rasgos de su profundo y genial análisis del capitalismo y de la explotación. Su obra inmensa empieza con su participación en 1842 en la Gaceta Renana, de la que pronto es director. Prohibida la Gaceta por las autoridades prusianas, Marx coedita en París en 1843 los Anales Franco-Alemanes, pero éstos son también de corta duración. De la colaboración con Engels nacen La Sagrada Familia, expresión de su ruptura con los hegelianos de izquierda, y La ideología alemana, primer gran esbozo de su concepción de la historia, que permanece inédito hasta 1932. En febrero de 1848 es publicado el Manifiesto Comunista. El bonapartismo es demolido en su obras La lucha de clases en Francia, publicada en 1850, y El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, publicada en 1852.

Pero su centro de interés luego de trasladarse a Londres es la economía política y el análisis crítico del capitalismo, aunque por varios años, dadas las dificultades económicas que confronta, se ve obligado a escribir artículos para la prensa progresista estadounidense, colaborando en el New York Daily Tribune y más adelante en la Cyclopedia de su amigo Charles Dana. Uno de esos artículos es el panfleto contra Bolívar. En esos años acumula numerosas notas y apuntes relativos a su estudio acerca de la historia, y acerca del surgimiento del capitalismo y sus rasgos, apuntes que se publican en los años 30 del pasado siglo y que son conocidos con el título de Grundrisse. Pero en 1859 publica la Contribución a la crítica de la economía política y ocho años más tarde, producto de casi dos décadas de estudio, da a la luz el primer tomo de El Capital, su obra magna, de la que sólo publica ese tomo, pues es Engels quien edita, luego de su muerte, en 1885 y 1894 respectivamente, los otros dos, basado en lo que Marx dejara escrito al respecto y en los borradores de lo que no pudo terminar. Pero Marx sigue combinando el estudio teórico con la praxis política y en 1864 contribuye a crear la Primera Internacional, de la que se convierte en promotor y líder en medio de frecuentes conflictos políticos e ideológicos con las corrientes anarquistas. Estimula en esos años la fundación del Partido Socialista Obrero Alemán, cuyas tempranas desviaciones denuncia en varias obras, entre ellas la notable Crítica del Programa de Gotha, publicada en 1875. Antes, en 1871, en el contexto de la reciente derrota de la Comuna de París, que ha contado con el firme apoyo de la Internacional, escribe y publica La Guerra Civil en Francia, otra obra importante en la que muestra que la Comuna es la verdadera y plena democracia. Su correspondencia es enorme, y rica en análisis históricos y sociopolíticos. Aunque cansado y enfermo, en la última década de su vida, Marx, siempre hundido en la pobreza, sigue escribiendo, dedicado sobre todo a tratar de concluir El Capital. No lo logra porque su esposa Jenny muere en 1881 y Marx, enfermo y acabado, le sigue a la tumba dos años después. La obra de Marx es, pues, inmensa, cubre todo el campo de las ciencias sociales y sigue alumbrando entre los pobres y explotados nuevas luchas y nuevas esperanzas; y resulta grotesco, por decir lo menos, que aquellos que nada saben de él, al menos en Venezuela, crean que su única obra fue el lamentable y prejuiciado panfleto que en mal día escribió contra Bolívar.

Pero lo peor es que los venezolanos tampoco conocen bien a Bolívar, y suelen tener de él una visión sacralizada, producto de un viejo e interesado culto a su figura, estimulado por la derecha, culto que ha hecho de aquella la imagen de un ser perfecto e inaccesible y que a menudo ha servido a sectores políticos de esa derecha, que ha dominado siempre el país, para encubrir tras un ropaje patriótico algunas de sus fechorías y de sus conductas entreguistas y antipopulares, o para dejarlo olvidado en el bronce de las estatuas y la inaccesibilidad de los panteones. Y también porque esta visión sacralizada de Bolívar como héroe infalible y como modelo de perfección humana dificulta que se pueda tener de él una imagen más real, más humana, que resalte su merecida grandeza, la trascendencia de su lucha y de parte importante de su pensamiento, aptos para movilizar fuerzas actuales como sucede hoy, pero que entienda también que los grandes héroes son seres humanos y no dioses, capaces, sí, de realizar grandes hazañas y de marcar rumbos para el futuro, pero también de equivocarse, de cometer errores y de ser merecedores de análisis y de crítica histórica seria para unas y otras cosas.

Y no sólo es que los grandes hombres son seres humanos, como lo fueron Bolívar y Marx, sino que a menudo sus obras, sus grandes obras, que tienen muchas veces más de colectivas que lo que suele admitirse, están hechas de pequeñas cosas, de constancia, de sacrificio, de capacidad para aprender de los errores. Mark Twain dijo una vez que el genio se componía de un 2% de talento y un 98% de sudor, es decir, de esfuerzo, de constancia, de dedicación. Bolívar dedicó toda su vida a la lucha por la libertad de Venezuela y de la América del Sur. Marx pasó más de dieciocho años de su vida estudiando, leyendo y reflexionando para escribir el primer tomo de El Capital. Y toda su vida estuvo dedicada a la revolución. Y no sólo es que las obras de los grandes hombres, sus grandes obras, están hechas con frecuencia de pequeñas cosas y que el equivocarse es parte importante de su vida sino que hay momentos en que fallan, en que no responden a la idea que se tiene de ellos, sobre todo después de que han sido sacralizados, fundidos en bronce y levantados como estatuas por sobre su condición humana, la que los caracterizó en vida. Esta condición humana, estas cualidades y defectos, este fallar a veces, es lo que permite al común de los mortales identificarse con ellos, acercarse sin miedo a ellos, y respetarlos y admirarlos, no porque sean o hayan sido dioses, sino porque con su conducta muestran que, siendo seres humanos, capaces de errar y de tener momentos críticos, son capaces también de superarlos, de trascender, de cumplir grandes hazañas: políticas, militares, intelectuales, y de alimentar en los pueblos nuevas esperanzas para sus luchas.

La mayor grandeza de Bolívar está en haber sabido enfrentar y superar dificultades (“Yo soy el hombre de las dificultades”, le escribió una vez a Sucre), en haber sabido aprender de sus errores. Bolívar es el luchador infatigable que nos describe Joaquín Mosquera en Pativilca, el revolucionario que sacrifica todo por su patria, que rebasa los límites de su clase para asumir la dirección de todo un pueblo, que libera a sus esclavos, que proclama y defiende la abolición de la esclavitud, que lucha por la igualdad, y que desea para las nuevas naciones libertadas con su espada “la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de estabilidad política”. Bolívar es el visionario que rebasa el marco de su tiempo, que entiende que la patria es América y que sólo la unidad de esa patria grande permitirá a nuestros pueblos conquistar la independencia plena y enfrentar la amenaza de imperios más poderosos que el español. Pero Bolívar es eso y mucho más. Es el héroe que al final de su vida se aferra al poder para defender su obra y que ante la amenaza creciente de desintegración de ésta se ve forzado en forma trágica a apoyarse en el poder militar para intentar salvarla. Bolívar es en lo personal un hombre pleno, capaz de afrontar peligros y privaciones, de dedicar su vida a la liberación de su patria, pero también de amar la vida y los placeres, la música y los bailes, de amar el poder, de disfrutar de la pompa, del ceremonial de éste y de la alegría de las fiestas, de amar con pasión a las mujeres, aun a riesgo de crearse problemas y rivalidades por ello, como le ocurriera en más de una ocasión. Bolívar es un gran ser humano, lleno de vida y amante de la vida, con todo lo que esto significa, con sus geniales cualidades y también con sus innegables defectos. Además, como en todo gran personaje histórico, hay en él un hombre de su tiempo y otro que lo trasciende. Y el culto sacralizador y acomodaticio que se le ha brindado en Venezuela, desde que las mismas clases dominantes que hicieron fracasar sus proyectos decidieron apropiarse de su figura, ha sido en buena parte responsable de que los venezolanos actuales casi no conozcan a Bolívar y de que hasta hace muy poco haya sido imposible empezar a rescatar, como ahora, para el pueblo, su condición y su grandeza humanas.

Bolívar y Marx en la Venezuela de hoy
El papel de la revolución bolivariana y la labor del Presidente Chávez han sido esenciales en esto. La revolución bolivariana en curso ha rescatado del olvido y de la mera retórica vacía a la que se nos ha tenido acostumbrados el pensamiento de Bolívar, ha revivido sus luchas por la independencia y la soberanía, por la igualdad y la justicia, por la unidad de nuestros pueblos y por hacer realidad el sueño de una gran patria latinoamericana. En este sentido puede afirmarse con Neruda que Bolívar ha despertado de nuevo, y que su figura, su gesta y lo mucho que sobrevive de su pensamiento se han incorporado en forma activa a esa lucha de la mayoría del pueblo venezolano, y de otros pueblos sudamericanos, por alcanzar la democracia, la igualdad, la independencia y la soberanía que la gesta libertadora les ofreciera pero que les fueran negadas por las oligarquías criollas, únicas beneficiarias del proceso independentista, y que ahora parece posible conquistar. La derecha venezolana, y los intelectuales y publicistas que le sirven, ahora enemigos declarados de Bolívar, hablan de un nuevo culto al Libertador, que Chávez estaría estimulando y promoviendo en beneficio propio. No entienden nada, o no quieren entender. Movidos por un rechazo apriorístico a menudo irracional, o por intereses distintos a los del país, parecen haber perdido por completo no sólo la perspectiva histórica sino la capacidad misma de entender el presente en que se mueven. Más allá de detalles menores, de árboles que impiden ver el bosque, lo que se desarrolla hoy en Venezuela bajo la dirección de Chávez en torno a la figura de Bolívar no es otra cosa que un intento serio y sostenido, el primero que se hace en el país, de rescatar a Bolívar para las luchas del pueblo, para animar y fortalecer un proceso de cambios revolucionarios continuos en los que todo lo que sigue vivo del pensamiento y las luchas del gran Libertador venezolano, todo lo que puede contribuir a impulsar ese proceso, es recordado, revivido e incorporado a ese renovado e inaplazable combate por la independencia, la soberanía y la unidad de nuestros pueblos.

Ante esto, a la derecha y a los intelectuales y publicistas que le sirven no les queda otro camino que manipular el pensamiento y los hechos de Bolívar, que sacarlos de contexto, como hacen con el tema de la dictadura y la democracia. En el caso de la dictadura igualan y confunden de manera expresa el tiempo y el mundo de hace casi dos siglos con el tiempo y el mundo de hoy. Hacen igual que Ducoudray-Holstein: acusan a Bolívar de haber sido un dictador, de haber ejercido la dictadura, pero mientras aquél lo hacía por resentimiento personal, ellos lo hacen para asimilarlo a los dictadores del presente, y de paso para llegar a su verdadero objetivo que es acusar en forma absurda de dictador a Chávez.

Pero ¿que era entonces, en tiempos de Bolívar, la dictadura? ¿no era acaso necesidad impuesta por la guerra, que de ordinario y en todas las épocas se conduce bajo una autoridad única, o sobre todo asignación de poderes extraordinarios provisorios a un jefe político-militar o a un Presidente por parte de un Congreso o una Asamblea representativa, poderes que podían ser renovados o suspendidos por esa Asamblea o Congreso, igual que ocurría entre los antiguos romanos, los romanos de tiempos de la República? ¿Es que no se le otorgan hoy mismo poderes extraordinarios que hace siglo y medio se habrían llamado sin ambages dictatoriales a los gobernantes llamados democráticos en tiempos de crisis o de guerra? ¿No suspenden acaso esos gobernantes democráticos de hoy las garantías en caso de real o supuesta amenaza, sin que nadie los llame por ello dictadores? ¿Significaba acaso dictador entonces lo que significa ahora? ¿Es que no lo saben los historiadores venezolanos? ¿Por qué en tiempos de Bolívar no era deshonroso declararse dictador y sí en cambio lo es ahora? ¿O es que acaso les parece Bolívar comparable con Pinochet, con Somoza o con Chapita?

Y en cuanto a la democracia, hablan de democracia y de ser demócrata como si creyeran una vez más que el mundo de hoy es el mismo de hace casi dos siglos ¿Quién era demócrata entonces? ¿Lo eran acaso Jefferson, Madison o Jackson? ¿No dominaba acaso entonces como modelo a seguir por los pensadores más avanzados el republicanismo liberal y el consiguiente régimen censitario? Como sabe o debería saber cualquier politólogo, desde Aristóteles hasta mediados del siglo XIX por lo menos, cuando se aprueba el sufragio universal en Francia (y no en Estados Unidos, como pretenden algunos) democracia fue un concepto desprestigiado y poco usado (uno de los pocos que lo emplea y defiende es Rousseau) y al que se prefería siempre el de República o régimen republicano. La diferencia entre una y otra estriba en que Democracia es poder del pueblo, ejercido mayoritariamente por éste en su interés, mientras que República, que se define entonces como República liberal y supone por lo general una Constitución, es régimen censitario, que excluye o limita la participación del pueblo, esto es, gobierno de los propietarios y de la llamada minoría culta, quienes reciben del pueblo la legitimidad de su poder pero que aquél no ejerce nunca en forma directa porque lo delega en ellos. Acompañado de división de poderes, es ese el modelo político que desde Locke y Montesquieu es propugnado por la burguesía en ascenso contra la aristocracia, y que se va imponiendo en las nuevas Repúblicas independientes americanas comenzando por los Estados Unidos.

¿Cómo es entonces que la derecha venezolana y los intelectuales que le sirven critican en forma manipuladora a Bolívar ‘por no haber sido demócrata’ mientras consideran demócratas a líderes estadounidenses como Washington, Jefferson, Madison y Jackson? ¿Es que saben acaso lo que dicen? Dejando de lado que Washington era un terrateniente esclavista que despreció toda su vida a los negros y a los indios ¿es que ignoran el rechazo, el desprecio y el miedo que destilan Jefferson y Madison contra el pueblo, al que este último, en los papeles de El Federalista, considera una chusma peligrosa, emotiva, turbulenta y anárquica a la que hay meter en cintura manteniéndola lejos del poder? Y no olvidemos que ellos se refieren allí al pueblo blanco, porque a los negros se los excluye de hecho y de derecho por su condición de esclavos y a los indios simplemente se los masacra y extermina. ¿Eran acaso demócratas Jefferson y Madison? ¿Lo era acaso su republicanismo racista y excluyente basado en la esclavitud de los negros y el genocidio de los indios? ¿Lo era acaso Jackson, considerado como el líder del oeste que a la cabeza de su chusma de colonos (así la calificaron sus elitescos adversarios de entonces) rebajó el régimen censitario original para convertirlo en democracia, pero que en realidad sólo amplió la participación del pueblo blanco mientras mantenía la exclusión de los negros y el genocidio indígena porque era él mismo propietario de esclavos y masacrador de indios?

Más bien Bolívar, aun estando condicionado en esto por su tiempo, está más cerca de la democracia que estos supuestos demócratas estadounidenses que siguen siendo presentados por las derechas como modelos de lo que en realidad no fueron. En el pensamiento de Bolívar hay una seria influencia democratizadora derivada de Rousseau; y aunque teme también a la anarquía y es partidario de un régimen censitario, hay en sus discursos y en las Constituciones que propone o elabora una constante preocupación por el bienestar del pueblo, por la justicia social y por la igualdad. Está además su firme oposición a la esclavitud, defendida en cambio por los terratenientes esclavistas Jefferson y Madison; y están también sus medidas en Bolivia y Perú en favor de los derechos de los indígenas, conducta radicalmente distinta a la promoción de su exterminio sistemático por los falsos demócratas Jefferson, Madison y Jackson, quien, repito, además de propietario esclavista y especulador de tierras, era masacrador personal de indios, no sólo de los que se oponían a su expoliación rebelándose, como los semínolas, sino de los que la aceptaban en forma pacífica y querían someterse a ella, como los cherokees. En fin, que a la derecha venezolana y a los intelectuales y publicistas que le sirven no les queda otro camino que tratar de descontextualizar hoy a Bolívar, que presentarlo como un dictador con el único objetivo de acusar de dictador a Chávez, acusación sin base que no vale la pena discutir.

El hecho que sí cuenta es que Bolívar es hoy parte de las luchas del pueblo, parte necesaria de esa lucha por la justicia social, por el bienestar de las mayorías, por el acceso de éstas al poder, por la defensa de la soberanía de nuestras naciones frente al imperialismo estadounidense y por todo avance en el camino de la unidad continental de América Latina. En la lucha por el socialismo que se ha dado en llamar del siglo XXI, en la construcción de una sociedad más democrática y más justa, esto es fundamental, como lo es también aprender de Marx, de su pensamiento, de su obra, de su grandeza, de sus combates por la revolución, por la justicia, y de su sueño por construir un mundo de todos, un mundo de igualdad, sin injusticia y sin explotación. Y poca duda cabe de que, más allá de intrigas y panfletos, Bolívar y Marx terminarán encontrándose, y combatiendo del mismo lado, en esa difícil pero prometedora batalla que nos espera por la liberación de nuestros pueblos, para ir forjando con el concurso de las grandes mayorías ese otro mundo que es tan posible como urgente y necesario.

Caracas, agosto de 2007

Parte I: El 'Bolívar' de Marx - Vladimir Acosta

Introducción
Empiezo por el principio, tratando de precisar de entrada ciertas cosas. Aunque se presenta como una colaboración académica con una enciclopedia, el trabajo de Marx sobre Bolívar no es una corta biografía científica, ni debe ser considerado un trabajo histórico. Hay que evitar la trampa, o la tontería, de leerlo como tal. No sólo carece del mínimo de objetividad requerido en esos casos sino que ni siquiera intenta tenerla. Las fuentes que usa son parciales y la toma de partido del autor es abierta en contra del personaje supuestamente biografiado. Es un panfleto político (o político-ideológico) al que una reseña biográfica sesgada y manipulada le sirve de base argumental; y es dentro de estos parámetros que debe leérselo si lo que se busca es entender algo al respecto y no confundirse, o confundir a otros, en función de determinados intereses.

Como mostraré en lo que sigue, es poco o nada lo que puede aprenderse en términos históricos sobre Bolívar en el texto de Marx, y –como ya señalaran varios autores¬– si de él puede aprenderse algo es más bien acerca de Marx, de su contexto, de su visión política y de sus sentimientos personales.

El análisis, pues, más que histórico tiene que ser político, tiene que enmarcarse dentro del examen del panorama y de las ideas e intereses políticos en juego, tanto de entonces como de ahora. Tocaré lo histórico dentro de esos parámetros; y aunque examinaré por supuesto el texto de Marx en detalle, lo haré sobre todo para mostrar su carácter sesgado y lo lleno de errores, chismes y falsedades que está; y antes haré un recuento de la historia del texto y de su uso desde que se lo puso a circular en la tercera década del siglo pasado. Tras examinar el texto mismo, revisaré el contexto histórico en que Marx lo escribe, lo mismo que la visión y los prejuicios que lo caracterizan. Trataré luego de dar una visión de conjunto tanto de Marx como de Bolívar, mostrando la grandeza de ambos y el absurdo que es pretender reducirlos a este pobre texto, a Marx como autor y a Bolívar como biografiado, como si Marx no hubiese escrito ni hecho otra cosa y como si Bolívar fuese la triste caricatura que surge del panfleto de Marx. Terminaré con un breve comentario acerca del actual socialismo bolivariano y su necesaria relación con Marx y con el pensamiento marxista, tratando de exponer algunas opiniones al respecto.

La historia del texto
Dos hechos circunstanciales rodean este controvertido texto de Marx acerca de Bolívar. Uno es la casualidad que lleva a Marx a escribirlo; otro, la que lleva, casi un siglo después, a su descubrimiento y a ponerlo en manos latinoamericanas.

En 1857 Marx y Engels, que tenían años colaborando en forma más o menos regular en un periódico estadounidense, el New York Daily Tribune, que dirigía el amigo de ambos Charles Dana, se comprometieron con éste a escribir unos artículos para la New American Cyclopedia que el editor norteamericano estaba preparando. Se trataba de artículos biográficos y temas de historia militar y correspondían a las primeras letras del alfabeto. Como Engels conocía mejor los temas militares, Marx, que vivía en medio de serias dificultades económicas, se dedicó a escribir las cortas biografías y así le tocó la de Bolívar, personaje al que todo indica que desconocía entonces por completo. Al intentar documentarse sobre el Libertador sudamericano, en lo esencial con una bibliografía sesgada escrita por enemigos de Bolívar, Marx detestó de entrada al personaje, que le pareció un individuo elitesco, cobarde, petulante, ambicioso, dispuesto a todo para convertirse en dictador y lleno de ínfulas napoleónicas. En consecuencia, dando curso a sus prejuicios contra el personaje y a su odio contra el bonapartismo que veía recreado y caricaturizado en Bolívar, escribió a toda prisa un texto parcializado, lleno de errores y muy distante del rigor y de la objetividad académica propios de una enciclopedia (lo que Dana le reclamó, dando lugar a una respuesta deplorable de su parte). El texto, al que Marx no dio más importancia, fue publicado en forma anónima, como suele ocurrir en esos casos, cayó en el olvido junto con la enciclopedia, y más nunca se supo ya de él.

Fue en 1934/35 que se lo redescubrió, cuando los editores soviéticos preparaban la edición en ruso de las Obras Completas de Marx y Engels y espulgaron los textos de ambos autores para la olvidada Cyclopedia de Dana. La casualidad hizo que a Aníbal Ponce, un joven marxista argentino que se hallaba en Moscú, revisando archivos en el Instituto Marx-Engels-Lenin, le fuera dado ver el texto. De vuelta a América Latina, Ponce lo tradujo del inglés al español y lo publicó en marzo de 1936 con un comentario propio en el primer número de ‘Dialéctica’, una revista que empezó a editar entonces en Buenos Aires. Al año siguiente apareció en inglés en una antología rusa de textos de Marx y Engels titulada Revolution in Spain, que se tradujo al español poco después como La Revolución española. Desde entonces el resucitado texto de Marx ha sido del dominio público y ha estado sujeto a permanente discusión.

La edición de Aníbal Ponce merece un comentario, así sea corto. Y lo merece porque Ponce no se limita a traducir y editar el texto sino que le hace una presentación en la que defiende todos y cada uno de los argumentos de Marx contra Bolívar y le mezquina al gran venezolano la condición de Libertador, al mantener el entrecomillado del texto de Marx. No es este el sitio para analizar los discutibles argumentos de Ponce ni las deficiencias de su formación marxista cargada de positivismo sarmentino, pero sí me parece necesario hacer resaltar lo lamentable que es ese falso nacionalismo con el que se ha intentado oponer, tanto en Venezuela como en Argentina, a Bolívar y a San Martín, los dos grandes libertadores sudamericanos, como si la mayor grandeza del uno exigiera necesariamente la reducción de la del otro.

Pero es la derecha latinoamericana, y en especial la colombo-venezolana, la que se apodera del texto y lo difunde, con la clara finalidad de convertirlo en instrumento de lucha contra el pensamiento marxista tras una demagógica máscara de patriotismo bolivariano ofendido, marcada por las contradicciones y el oportunismo de su praxis en lo concerniente a la visión y a las propuestas soberanas de Bolívar. Desde entonces es esto lo que ha dominado entre nosotros en la historia de la difusión del artículo de Marx: su uso por la derecha al servicio de un supuesto patriotismo bolivariano claramente antimarxista y anticomunista y dirigido a colocar a nuestros pueblos en la disyuntiva de tener que elegir entre Bolívar y Marx. Conviene recordar en este sentido la temprana respuesta dada a esta falsa disyuntiva por el revolucionario colombiano Gilberto Vieira, quien en 1942, siendo un joven militante comunista, publicó un artículo, ‘Sobre la senda del Libertador’, en el que criticaba la lectura hecha por Marx; resaltaba la gesta libertadora de Bolívar, distinguiendo en ella la etapa revolucionaria que llena la mayor parte de su vida, del período final de ésta, en que al poner la unidad por sobre todo, se vio obligado a aliarse a los sectores más conservadores; y llamaba a rescatar para las luchas de nuestros pueblos a ese Bolívar revolucionario del que quería también apoderarse la derecha.

En Venezuela la difusión del texto de Marx por la derecha y por los intelectuales que le sirven ha pasado por varias fases. En los primeros años cuarenta del pasado siglo, tiempos de alianza antifascista y de crecimiento del Partido Comunista, se lo usó, falso bolivarianismo en mano, para tratar de alejar a los sectores obreros y populares del marxismo. En los años cincuenta, en tiempos de maccarthismo y de dictadura perezjimenista, reapareció en forma ocasional. Sin mucho éxito, porque al caer Pérez Jiménez el crecimiento del Partido Comunista fue notable. Y el de toda la izquierda revolucionaria, estimulada por el triunfo de la Revolución Cubana. Reapareció entonces, siempre con el mismo objetivo, siempre con escasos resultados, porque el crecimiento de la izquierda y de la lucha revolucionaria no se vieron afectados por ello. Luego de la derrota de las guerrillas y del ulterior ablandamiento y domesticación de la izquierda, el texto desapareció por largo tiempo. Ya no hacía falta. Pero ahora reaparece con más bríos; y en estos años de despertar popular y de lucha por la unidad latinoamericana ha vuelto sospechosamente a circular de nuevo, a ponerse de moda y a dar lugar a nuevas intrigas. Y también a discusiones serias, como la que aquí se intenta.

Y no es casual que sea ahora en Venezuela, en esta nueva Venezuela, chavista, revolucionaria y bolivariana, abierta además al socialismo, que el texto de Marx haya sido puesto otra vez de moda. Sólo que esta vez reaparece con nuevos objetivos; o mejor dicho, con un doble objetivo. Doble objetivo porque ahora va al mismo tiempo contra Marx y contra Bolívar. La derecha, presa de su carácter reaccionario y de su anticomunismo feroz, hoy por cierto bastante trasnochado, ha odiado siempre a Marx y lo sigue odiando como antes. Y por supuesto, sigue interesada en atacar el pensamiento marxista, todo lo que le huela a marxismo, a socialismo, a comunismo, usando en este caso a Bolívar como arma contra Marx, para lo cual el panfleto del autor de El Capital es esencial y debe ser difundido. Pero ahora quiere usar al mismo tiempo a Marx contra Bolívar para acabar de una vez por todas con los dos. La razón de esto último es que la derecha venezolana es ahora enemiga de Bolívar. Y este fenómeno es tan nuevo como interesante. Antes, esa derecha pasaba por bolivariana, defensora como era de un culto sacralizador de Bolívar que no sólo falseaba su pensamiento y ocultaba buena parte de él sino que mantenía al Libertador venezolano enmohecido, encerrado en el distante panteón de los héroes y usándolo sólo para encubrir su entreguismo servil y desintegrador de nuestras naciones mediante discursos vacíos llenos de oportunas referencias al Padre de la Patria. Y los historiadores, de izquierda y de derecha, podían estudiar a Bolívar con tranquilidad, como se estudia fríamente a los personajes y héroes del pasado.

Pero ahora las cosas han cambiado. Bolívar ha regresado a la política. Y ha regresado a la política, espacio de la polémica, en medio de un proceso conflictivo. Como diría Neruda, ha despertado de nuevo. Y la explicación es clara. Chávez y el movimiento bolivariano que dirige han empezado a releer a Bolívar en función del proceso actual de transformación que vive Venezuela y que se prolonga a lo largo de Sudamérica y el Caribe, y con ello a rescatar su visión de la Patria Grande latinoamericana y su pensamiento anticolonialista y unificador de nuestros pueblos, lanzando así de nuevo a Bolívar a la calle a participar al lado de los pueblos del subcontinente en la lucha actual por la independencia y la soberanía. Esto no lo soporta la derecha, de modo que ella y los intelectuales que le sirven se declaran ahora abiertamente antibolivarianos y se han dedicado a desmontar a Bolívar para presentarlo en términos parecidos a como lo hace Marx, o al menos a describirlo como describen a Chávez, esto es, como dictador y autócrata enemigo de toda democracia.

El escrito de Marx sobre Bolívar es un pobre texto. Ese escrito ha sido siempre instrumento de la derecha para enfrentar a Marx con Bolívar. Pero Marx es mucho más que eso, así como Bolívar está muy por encima de la caricatura que nos brinda Marx. De modo que, en mi criterio, para quienes piensan que, descartando al respecto todo dogmatismo, un revolucionario venezolano o latinoamericano puede ser a un tiempo marxista y bolivariano sacando provecho del pensamiento de ambos, parecería entonces lo más sensato tratar de enfrentar y liquidar de una vez por todas este problema, leyendo, criticando y desmontando el escrito de Marx, situándolo en su contexto, y rescatando, para un proceso revolucionario que los necesita, tanto la figura de Bolívar como la de Marx.

Las fuentes de Marx
Revisemos entonces el texto de Marx. Y comencemos por lo central, por las fuentes que, según su propia declaración, empleó para escribirlo. Son sólo tres, señaladas por él al final. La primera, en realidad la principal y casi única, al menos para la mayor parte del texto, la que toca a la lucha por la independencia de Venezuela y la Nueva Granada, es la obra de Ducoudray-Holstein, Histoire de Bolivar, continuée jusqu’à sa mort par Alphonse Viollet, París, 1831. La segunda (que Marx cita en tercer lugar) es el relato del coronel (Gustavus) Hippisley, Account of his Journey to the Orinoco, Londres, 1819. Y la tercera, citada en segundo término, son las Memoirs of General John Miller (in the service of the Republic of Peru), de la que no indica ni lugar de edición ni año, y que además está mal citada, pues el título correcto es Memoirs of General Miller, etc.

Necesario es hacer un comentario sobre estas fuentes y sobre sus autores. Estos últimos tienen algo en común: tuvieron participación, aunque de duración y valor muy diferente, en las luchas por la independencia sudamericana: Ducoudray-Holstein en Nueva Granada, el Caribe y Venezuela, Hippisley en esta última, en Guayana y Apure, y Miller en Chile y el Perú; y todos por diversas razones y en diverso grado tuvieron divergencias y enfrentamientos con Bolívar, lo que les llevó a hacer críticas, a menudo discutibles o infundadas, contra el Libertador, críticas recogidas en sus obras o memorias. Pero hay grandes diferencias entre ellos, como difiere igualmente el valor de sus escritos.

Empecemos por Ducoudray-Holstein. Ducoudray-Holstein es uno de tantos aventureros y mercenarios europeos que participan en la lucha de independencia sudamericana y alcanzan cierto protagonismo en ella. En realidad no se llamaba así. Había nacido en 1763 (o en 1772) en Holsteinborg, un pueblo de Holstein, provincia nórdica entonces alemana y que es hoy parte de Dinamarca. Pero era francés, hijo de padres hugonotes, y se llamaba Henri Louis Villaume, apellido que cambió luego, en 1809 por Ducoudray, agregándole a continuación lo de Holstein por su lugar de nacimiento. Tuvo participación en las guerras napoleónicas y en la invasión francesa de España, donde estuvo preso y aprendió español. Por causas nada claras desertó del ejército francés en España y huyó a la Nueva Granada, donde había comenzado la lucha por la Independencia, y donde participó en 1815 al lado del brigadier Castillo, enemigo de Bolívar, en la defensa de Cartagena contra éste. De allí escapó a Haití al producirse la invasión de Morillo y la derrota de los patriotas neogranadinos; y en Haití, por intermedio de Luis Brión, se acercó a Bolívar, entonces exiliado y apoyado por Pétion, el Presidente haitiano, y tras aceptar el liderazgo del Libertador se incorporó a la expedición de Los Cayos en 1816 en calidad de jefe de Estado Mayor. Como es sabido, la expedición, que invadió a Venezuela, terminó en un rotundo fracaso que afectó seriamente el prestigio de Bolívar.

Ducoudray-Holstein intrigó contra el Libertador en Carúpano y éste lo licenció del ejército. Guardando un profundo rencor contra Bolívar, regresó a Haití, donde vivió largos años como librero y profesor de música, pero pendiente siempre de reunir chismes e informaciones tendenciosas contra Bolívar. Empezó a viajar a los Estados Unidos, donde murió (en Albany) en 1839. Diez años antes había publicado en Boston un extenso libro contra Bolívar (y contra la mayor parte de los jefes militares patriotas), titulado Memoirs of Simon Bolivar, President Liberator of the Republic of Colombia and of his principal Generals, libro del que Marx cita la versión francesa, editada en París dos años más tarde: Histoire de Bolivar, par le Général Ducoudray-Holstein, continuée jusqu’à sa mort par Alphonse Viollet. El libro, que alcanzó mucha difusión en la Europa de entonces, está todo lleno de chismes, intrigas, resentimientos y medias verdades, de todo lo cual se deriva un Bolívar reducido por él a un personaje de opereta: felón, mediocre, cobarde, correlón, ambicioso y autoritario, que es una suerte de pobre caricatura de Napoleón, al que imita, y que en medio de huidas, derroches, amantes y fiestas, sólo piensa en imponer su dictadura brutal sobre toda Sudamérica.

El libro de Hippisley tiene menos importancia, salvo como refuerzo de algunas de las cosas que dice Ducoudray-Holstein, quien lo cita. Hippisley fue uno de tantos oficiales ingleses que participó en la guerra de Independencia venezolana, en Guayana y en los llanos de Apure, en 1817. Pero permaneció poco tiempo allí; y regresó a la Gran Bretaña furioso por considerarse engañado, ya que luego de su contratación como mercenario en Londres por López Méndez, representante patriota en la capital inglesa, y de incurrir, como dice, en una serie de gastos para él y los soldados que le acompañaban, Bolívar, en Apure, consideró esos gastos insuficientemente justificados y se negó a pagarlos además de que el ascenso a General a que aspiraba como parte de su contrato tampoco le fue reconocido por el Libertador venezolano. A pesar de que contiene algunas interesantes descripciones y datos sobre cosas que dice haber visto en Guayana y en los llanos apureños, la mayor parte de su relato está dedicada a hablar de sus gastos y aspiraciones y a despotricar de Bolívar por no haberlos satisfecho. Recomienda a sus compatriotas que no se embarquen en esa lucha, en la que sólo les esperan muerte, malos tratos de parte de los patriotas, pésima alimentación, hambre, miseria y enfermedades mal tratadas.

Se expresa bien de indios y criollos, a los que considera ‘una bella raza’. En cuanto a Bolívar, aunque a diferencia de Ducoudray-Holstein, lo considera valiente, dice que es incapaz como militar; que pierde todas las batallas; que carece de visión estratégica y táctica; que se da aires de gran hombre; que imita a Bonaparte y quiere ser su copia sudamericana aun careciendo de sus talentos; que derrocha los esfuerzos de sus hombres, a los que considera ‘de un valor a toda prueba’, pero indisciplinados y salvajes y lejos de constituir un verdadero ejército; y que para lograr la independencia de Venezuela, contando con el apoyo de Mariño y Páez, bastaría con dos mil soldados ingleses encabezados por sus propios oficiales. Relata por cierto una anécdota que Marx ignora, en la que Sedeño, el general patriota, es perseguido por sus soldados para lincharlo bajo una acusación de cobardía por haber huido en batalla, en Calabozo, abandonando a su tropa (lo que, según Ducoudray-Holstein, hacía Bolívar en cada ocasión). Páez salva a Sedeño del linchamiento, y ante el asombro de Hippisley, uno de los oficiales patriotas le dice que eso de linchar a los cobardes es normal entre ellos y que incluso si se sospechara cobardía de Bolívar harían lo mismo con él. Otra cosa que Marx ignora es que Hippisley, años después, luego del triunfo continental de Bolívar, le dirigió una empalagosa carta en la que no sólo lo compara con Washington sino que le dice que éste está muy por debajo suyo en todos los terrenos, carta que Bolívar al parecer no respondió.

En cuanto a Miller hay que decir que su caso es diferente. De entrada habría que precisar algo acerca suyo, porque la referencia de Marx, que apenas usa esas Memorias para el marco general de este período de la vida de Bolívar y para reforzar algunas intrigas contra él, es confusa. El que participa en la independencia de Chile y del Perú es el General William Miller, pero quien edita sus memorias añadiendo de paso observaciones suyas, es su hermano John, aunque todo indica que con autorización de aquél. De modo que las Memorias son de ambos hermanos, pese a que por su participación militar en la independencia de Chile y Perú debe pensarse que en ellas predominan el pensamiento, las ideas y los documentos y materiales reunidos por William, y administrados, editados y complementados por su hermano, que también viajó por Sudamérica.

William Miller es un héroe de la Independencia peruana y sus restos reposan en el Panteón limeño. Inglés, nacido en Wingham, condado de Kent, en 1795, participa en las guerras de su país contra Napoleón; y luego, a partir de 1817, como tantos soldados británicos, emigra a Sudamérica, a la Argentina, a luchar al lado de los patriotas rioplatenses. Se incorpora al ejército de San Martín y participa en la lucha por liberar a Chile y al Perú al mando del Libertador del Sur, dando frecuentes muestras de valor. Estuvo en la marina chilena con Lord Cochrane y en la expedición de San Martín al Perú en 1820. Permaneció en el país y se incorporó a las tropas de Bolívar desde 1823 habiendo tenido destacada participación al lado de éste en la batalla de Junín y al lado de Sucre en la de Ayacucho. Luego de volver a Inglaterra en 1825 y permanecer allí cinco años, regresa al Perú, donde pasa el resto de su vida participando en la política, y donde muere en 1861.

Pero Miller es ante todo un súbdito inglés, defensor de los intereses de su patria, partidario del librecambio, del comercio británico, de la liquidación de las industrias y artesanías tradicionales sudamericanas y de la subordinación de las nuevas repúblicas a los intereses de Inglaterra. Es esto lo que lo lleva a tener roces con Bolívar, que se negó a nombrarlo cónsul de Colombia en Londres (aunque después de la desaparición de Bolívar llegó a ser cónsul británico en Ecuador). Pero las críticas de Miller, que se dirigen sobre todo a los planes y proyectos políticos de Bolívar, son serias y no meros chismes como las de Ducoudray-Holstein y Hippisley (razón por la que Marx casi no lo usa). Además, más allá de esas críticas, Miller muestra respeto y admiración por Bolívar, al que considera en una carta de noviembre de 1825 un héroe que se ha ganado merecidamente la admiración ‘de todo el universo civilizado’. En sus Memorias mismas lo considera alguien merecedor de gloria por sus inmensos servicios prestados a la causa de la libertad de Sudamérica.

Esas son, pues, las fuentes que Marx reconoce haber usado, aunque, como veremos, su texto depende casi todo de las calumnias y manipulaciones de Ducoudray-Holstein. Veamos ahora el texto.

Análisis del texto
El texto de Marx queda definido desde el inicio. Comienza así: ‘Bolívar y Ponte, Simón, el “Libertador” de Colombia’.... Al titularlo Bolívar y Ponte, Marx muestra la clara intención de destacar el origen mantuano del Libertador, equivocándose por cierto, ya que Bolívar y Ponte eran los apellidos de su padre, en tanto que los suyos eran Bolívar y Palacios; y al colocar Libertador entre comillas cuestiona de una vez por todas que un personaje como Bolívar merezca semejante título.

Lo que sigue es algo que pretende pasar por una corta biografía del héroe venezolano en la que, siguiendo grosso modo su historia personal tal como la narra Ducoudray-Holstein y la de la independencia sudamericana de la que fue protagonista, se va intercalando de manera sesgada en esa historia una interminable secuencia de errores, manipulaciones, chismes y abiertas falsedades derivadas de Ducoudray-Holstein pero a veces condimentadas por el propio Marx y dirigidas todas a mostrar a Bolívar como un ser cobarde, mezquino, ostentoso, autoritario y miserable cuya vida es la de un falso héroe carente de todo mérito. Imposible e inútil sería señalar y desmontar una a una las partes de esta secuencia de errores, medias verdades y abiertas mentiras porque ello alargaría demasiado un escrito como este, que debe ser corto, y porque me parece más importante exponer otros aspectos del asunto. Me limitaré por eso a señalar en lo que sigue sólo lo principal.

Las frases siguientes contienen una serie de pequeñas inexactitudes, todas derivadas de Ducroudray Holstein, al que Marx sigue, repite o resume. Es cierto que el joven Bolívar, como era usual en la élite mantuana, es enviado en su adolescencia a Europa, a España. Estuvo en París, pero no varios años, como dice Marx, sino apenas unas semanas. Se casa en España en 1802 y regresa a Venezuela. Luego de enviudar, Bolívar hace un segundo viaje a Europa, en 1803, que también dura varios años. Regresa a Caracas en 1807, y no en 1809 como dice Marx. Tampoco es cierto que José Félix Ribas haya sido su primo, como dice Marx, porque en realidad era su tío político. Es falso que al regresar a Venezuela Bolívar no se haya adherido a la revolución de 1810. No estuvo presente el 19 de abril porque había sido confinado a su hacienda de San Mateo por la autoridad española, como sospechoso de actividades conspirativas. Pero sí participa en todo lo que sigue. Bolívar es uno de los promotores de la Sociedad Patriótica, suerte de club jacobino con cierto apoyo popular que, ante las vacilaciones de la Junta Patriótica gobernante, promueve la independencia de una vez por todas. Su famoso discurso del 3 de julio de 1811 es uno de los hechos que contribuyó a que la declaración de independencia se hiciera dos días más tarde. Si no hubiese tenido protagonismo en estos hechos, como quiere Marx, no se entendería que haya sido enviado a Londres con López Méndez y Andrés Bello a buscar apoyo de Inglaterra (y no meramente a ‘comprar armas’, como dice Marx). Tampoco es verdad que luego de su misión (nada se dice que en Londres el joven Bolívar haya llamado a Miranda a regresar a Venezuela a ponerse a la cabeza de la lucha por defender la independencia), Bolívar se haya retirado a la vida privada. Así tampoco se entiende, ni a cuenta de qué, que ‘en septiembre de 1811’ (nuevo error, es en mayo de 1812), Miranda lo haya sacado de su vida privada para designarlo como comandante de Puerto Cabello. En realidad Bolívar, que participó en la lucha y que se distinguió antes en el intento exitoso de recuperar Valencia para los patriotas, no estuvo muy satisfecho con esta designación que, pese a su importancia, lo alejaba del centro de decisiones militares y políticas.

Estos son empero errores menores, que pasarían con facilidad en un texto de encargo sobre un tema poco importante para Marx, escrito de prisa para ganarse la vida. Las mentiras e intrigas serias empiezan desde aquí y van a cobrar más importancia a medida que aumenta el protagonismo de Bolívar en la lucha por la independencia.

Lo que sigue es la pérdida de Puerto Cabello, la capitulación de Miranda ante Monteverde con la subsiguiente pérdida de la República, y la captura de Miranda por varios patriotas encabezados por Bolívar y su ulterior entrega a los victoriosos españoles. En cuanto a la pérdida de Puerto Cabello, golpe muy grave para las fuerzas patriotas, Marx presenta a Bolívar, responsable de la plaza, como un incapaz y un felón que, contando con suficientes recursos para hacerlo, no defiende la ciudad y el fuerte frente a un grupo de españoles casi desarmados, que huye cobardemente del combate dejando luchar solos a sus subordinados y que se retira a su hacienda de San Mateo. Todo esto es falso. En Puerto Cabello, donde se hallaban detenidos numerosos jefes, oficiales y soldados españoles, estaba el parque de los patriotas. La ciudad y el fuerte se pierden por la traición de un oficial republicano. Los traidores se apoderan del parque y controlan las mejores posiciones. Bolívar es tomado por sorpresa, pero pese a ello y a la inferioridad de condiciones, responde al ataque con su cifra menor de tropa y armas y trata de reconquistar Puerto Cabello luchando varios días y sufriendo grandes pérdidas. Al final, viendo todo perdido, tras solicitar en vano los auxilios de Miranda, se retira con parte de su tropa. Pero no va a meterse en su hacienda de San Mateo (la ciudad estaba por cierto en poder de los realistas) sino que desembarca en La Guaira y pasa a Caracas, donde permanece unos días, amargado por su derrota.

La República está perdida, Miranda, desmoralizado, capitula ante Monteverde en La Victoria en términos que los españoles pronto empiezan a violar en forma abierta y que la mayoría de los patriotas desconoce (lo que, en el ambiente de derrota y descomposición reinante en sus filas, genera dudas, especulaciones y rumores de traición). Bolívar es de los cree en la traición de Miranda. Este, tras capitular y forzar la entrega de Caracas a los realistas, pasa a La Guaira y decide embarcarse en un velero inglés. Todo indica que había decidido dirigirse a la Nueva Granada a buscar auxilio para retomar la lucha, como hizo Bolívar varias veces después. Pero Bolívar y otros patriotas desconocen esto, sospechan que Miranda ha traicionado y deciden capturarlo para que sea juzgado.

El confuso episodio ha suscitado siempre dudas y discusión; y las sigue suscitando aun, porque el papel de Bolívar en esto no es muy heroico, y porque él, que acaba de perder Puerto Cabello, no es el más indicado para inculpar a Miranda erigiéndose en su juez. Pero el relato de Marx, que resume en este caso a Ducoudray-Holstein, es incompleto, sesgado y, como el de su fuente, está dirigido a hacer de Bolívar un traidor. No son, como dice Marx, Bolívar y Miguel Peña quienes convencen a Miranda de quedarse a dormir en tierra para acudir luego en forma alevosa a prenderlo de madrugada. Miranda duerme en La Guaira porque quiere y esto es un claro indicio de que no hay traición por parte suya, pues pese a la recomendación del capitán del velero inglés para que pase la noche a bordo antes de zarpar en la mañana, prefiere pernoctar en el puerto, después de cenar en un ambiente tenso con varios de sus oficiales. En la madrugada, Bolívar, Miguel Peña y otros acuden a detenerlo. Pero no lo entregan a Monteverde, como afirma Marx, sino a Manuel María Casas, comandante militar patriota de La Guaira, quien los acompaña. Es poco después, que los realistas se apoderan de la plaza y que Casas, siguiendo lo pautado en la capitulación patriota, les entrega la ciudad y con ella al ilustre prisionero, al que los españoles, que lo odian y han puesto por años precio a su cabeza, encarcelan y luego envían a Puerto Rico y de allí a la cárcel de La Carraca, en Cádiz, donde Miranda muere, enfermo y anciano, en 1816.

La culminación de esta poca gloriosa historia es lo tocante al salvoconducto de Bolívar, historia que Marx nos cuenta en forma manipulada y sólo a medias, reforzando en este caso a Ducoudray-Holstein con lo que dicen las Memorias del General Miller, la otra fuente que dice haber usado pero que casi no usa. Marx dice que la entrega de Miranda a los españoles le vale a Bolívar ‘el especial favor de Monteverde’, que lo premia por ello dándole como recompensa un salvoconducto para salir del país. En realidad Bolívar huye de La Guaria y se esconde en Caracas en casa del marqués de Casa León. Este hace gestiones ante Francisco Iturbe, otro amigo de Bolívar, español para más señas, e Iturbe presiona a Monteverde para que se le conceda el salvoconducto a Bolívar. Después de varios intentos Monteverde accede, aun siendo Bolívar uno de los que ha luchado armas en mano contra España. Al acudir a recibir su pasaporte acompañado por Iturbe, Monteverde hace notar en efecto que se le otorga ‘como recompensa por servicios prestados al Rey de España por haberles entregado a Miranda’. Pero Marx corta aquí su relato omitiendo de modo intencional la respuesta de Bolívar, que consta en las Memorias del General Miller. Bolívar, indignado, habría respondido a Monteverde que había entregado a Miranda ‘no para servir al Rey sino porque había traicionado a su patria’. Esta respuesta estuvo a punto de hacer que Monteverde anulara el pasaporte; y sólo los ruegos de Iturbe resolvieron el impasse.

Marx sigue repitiendo o resumiendo a Ducoudray-Holstein. Me salto lo poco que dice acerca de la participación de Bolívar en la lucha al lado de los patriotas neogranadinos y retomo lo que sigue. En 1813 Bolívar invade a Venezuela desde Cúcuta, en lo que se conoce en la historia venezolana como Campaña Admirable. Al respecto Marx nada dice, salvo afirmar, para disminuir los méritos de Bolívar, que los españoles que se le opusieron durante la campaña eran ineptos y cobardes, y repetir varias veces que el verdadero héroe patriota era Ribas, al que los españoles oponen resistencia y a los que Ribas habría derrotado en Los Taguanes. Los méritos y el valor de Ribas son innegables lo mismo que el papel central jugado por él en la campaña, pero el líder de ésta es Bolívar, quien es por cierto el vencedor de Los Taguanes. La entrada triunfal de Bolívar en Caracas es descrita por Marx siguiendo en esto como de costumbre a Ducoudray-Holstein. Pero dejando de lado que en este caso el autor francés reconoce los méritos de Bolívar, la descripción de Marx se centra en el detalle, además de que contiene errores y exageraciones. Es verdad que hubo una carroza de la victoria y que doce bellas muchachas de las familias mantuanas caraqueñas participaron en el desfile y ofrecieron coronas de laurel a Bolívar, pero no es cierto que arrastraran ellas el carro de la victoria. Tampoco que el propio Bolívar se proclamara Libertador, pues fue el cabildo caraqueño el que le confirió ese honroso título, ni que Bolívar haya creado una Orden del Libertador, porque lo que se creó fue una Orden de los Libertadores. En fin, que en el texto de Marx lejos de encontrarnos con un guerrero que ha libertado a su país tras una asombrosa campaña militar y que es festejado por ello luego de sus victorias lo que tenemos es una vez más un inútil carente de méritos, personalista y adicto a la pompa y los festejos.

Marx nos da a continuación una primera muestra de ese racismo dieciochesco dominante en la Europa de entonces hacia los latinoamericanos, racismo que comparte. Ducoudray-Holstein critica a Bolívar y a sus oficiales por dedicar demasiado tiempo a fiestas y por caer con facilidad en la molicie. A partir de ello Marx dice de Bolívar: “Pero, como la mayoría de sus compatriotas, era incapaz de todo esfuerzo de largo aliento...” No sólo asombra escuchar esta frase en boca de Marx sino más aún que se la intente aplicar a alguien como Bolívar, quien enfrentando miles de obstáculos de todo tipo dedicó toda su vida a luchar por la independencia de su patria americana, que liberó la mitad de Sudamérica, y que tuvo una visión de unidad continental que todavía reclaman nuestros pueblos. Igualmente injusto es aplicársela a los venezolanos, y con ellos a los colombianos, ecuatorianos, chilenos y argentinos, que lucharon por su libertad durante casi dos décadas y que lograron derrotar al imperio español y conquistar su independencia al precio de su esfuerzo y de su sangre.

Sigue Marx acumulando errores al repetir a Ducoudray-Holstein. Hundido en la pompa, el derroche y las arbitrariedades, rodeado de favoritos, esto es, viviendo como lo que el racismo europeo suele definir como un sátrapa oriental, Bolívar, nos dice, deja perder por inútil todo lo logrado. La Segunda República se derrumba. Convoca una junta en la que su dictadura es ratificada por Hurtado de Mendoza (en realidad se trata del patriota venezolano Cristóbal Mendoza, miembro del triunvirato que presidió la Primera República, cuyos apellidos eran Hurtado Mendoza). En la batalla de La Puerta, Bolívar y Mariño (poco antes calificado por Marx, es decir, por Ducoudray Holsten, de ‘joven ignorante’), huyen ante Boves tras corta resistencia. Como siempre, el único que combate valientemente es Ribas. Luego de la derrota de Aragüita (Argita, en el texto de Marx) Bolívar huye otra vez. Corre a Cumaná, y pese a las protestas de Ribas, él y Mariño se embarcan en el ‘Bianchi’, cosa bastante difícil por cierto, porque Bianchi no es ningún barco sino el apellido de un corsario italiano estafador que huía con el tesoro de la República, tesoro que, antes de dejar Caracas para emigrar a Oriente presionado por la amenaza de Boves, Bolívar se había visto obligado a confiarle para evitar su pérdida y que el aventurero quería apropiarse argumentando que los patriotas no le habían pagado por sus servicios a la causa republicana. Bolívar recupera la mayor parte del tesoro, cosa que Marx no dice. Lo que sí dice es que los dos Libertadores, Mariño y Bolívar, llegan a Margarita, donde son rechazados por Arismendi y de allí pasan a Carúpano, donde no los acepta Bermúdez. Se van entonces, concluye Marx, a Cartagena, donde publican una altisonante proclama para justificarse.

En Cartagena, Bolívar se dedica a conspirar, explicación increíble por su pobreza y por la forma sesgada en que omite la verdadera conspiración y las verdadera intrigas, las del inefable Castillo, militar incapaz y enemigo redomado de Bolívar, de quien Doucoudray Holstein, que estuvo entonces en Nueva Granada, a su servicio, sí habla largamente y en términos muy poco favorables. Marx dice que Bolívar (que al parecer para lo único que es bueno, según él, es para huir) huye de Nueva Granada ante la inminente llegada de Pablo Morillo, militar español que encabeza una gran expedición de reconquista. Llegado a Jamaica, nos dice Marx que Bolívar escribe otra proclama para hacerse pasar por víctima y defender su fuga ante los españoles. Todo esto es falso. Es ante las intrigas de Castillo y no queriendo ser un elemento de división entre los patriotas neogranadinos, que Bolívar abandona la Nueva Granada. Lo hace antes de que se anuncie la venida de Morillo. Bolívar intenta luego regresar a la Nueva Granada; y renuncia a hacerlo cuando, estando ya en camino, se entera de que Morillo ha destruido la resistencia imponiendo a los neogranadinos su gobierno a sangre y fuego. Vuelve entonces a Jamaica, y lo que Marx considera un vulgar panfleto oportunista es nada menos que la famosa y reconocida Carta de Jamaica, una de sus obras fundamentales.

Continúa Marx: en Venezuela resisten Arismendi y Ribas, que es asesinado por los españoles (en realidad Ribas ha sido capturado y ejecutado antes). Aparece entonces el armador curazoleño Luis Brión, militar relevante, del que Marx, esta vez dejando de lado a Ducoudray-Holstein, dice que como extranjero que es no puede tener papel autónomo en la lucha independentista venezolana, lo que es un disparate, pues se trataba de una lucha abierta donde aun no se imponía el concepto de patria chica y en ella tenían protagonismo no sólo latinoamericanos sino europeos. Esa sería la razón, según Marx, de que Brión decidiera ponerse al servicio de Bolívar, lo que por cierto no deja de llamar la atención, porque siendo Bolívar el correlón inútil y desprestigiado que Marx nos describe, habría sido más coherente que Brión, ansioso del triunfo de las armas patriotas, estimulara el liderazgo de un jefe más capaz.

Lo que sigue es la síntesis que hace Marx del relato, largo y manipulado, que dejara Ducoudray-Holstein en su Histoire de Bolivar acerca de la expedición de Los Cayos y sus desastrosos resultados, en particular acerca de lo ocurrido en la playa de Ocumare. Me detendré sólo en esta parte porque, en cualquiera de sus versiones, los hechos, al parecer confusos y nunca aclarados del todo, dejan mal parado a Bolívar; y su incómodo recuerdo lo persiguió toda su vida. Ducoudray-Holstein, que no estuvo presente porque había sido echado poco antes del ejército patriota por Bolívar en Carúpano, falsea todo el relato presentando al Libertador como el paradigma de los cobardes. Repitiéndolo, nos dice Marx que luego de una escaramuza cerca de Ocumare entre la vanguardia patriota (dirigida por Soublette) y la tropa del jefe realista Morales, escaramuza en la que la vanguardia patriota se vio forzada a dispersarse, “Bolívar, según un testigo presencial, perdió toda presencia de ánimo y sin pronunciar palabra volvió grupas rápidamente, escapó a toda carrera hacia Ocumare, atravesó el pueblo al galope, llegó hasta la bahía próxima, bajó del caballo, saltó a una lancha y se embarcó... dejando a todos sus compañeros sin ninguna posibilidad de ayuda”. Los testimonios de quienes sí estuvieron presentes coinciden todos en que esto es falso. Pero para los lectores del mercenario francés, ya convencidos de que Bolívar es un cobarde de siete suelas, esto no es sino la cima de su cobardía. No se les ocurre pensar que el ‘testigo presencial’ no sólo es anónimo, esto es, inexistente, sino que, como una sombra, parece haber seguido a Bolívar a todo galope él también hasta que abordara la chalupa en la playa.

Aunque con lagunas, silencios y variantes, las versiones más probables (la de Soublette y la de Salom, ambos generales patriotas, ambos testigos, uno cercano, el otro presencial) nos muestran otra cosa. Ni la vanguardia patriota fue desbaratada por Morales, ni Bolívar salió corriendo al ver la supuesta derrota. Hay un cierto tiempo en que no se sabe bien donde estaba; y Soublette ha sugerido una aventura amorosa, hecho por demás irresponsable de su parte dentro de este contexto, en caso de ser verdadero. Ciertamente hubo un gran desorden en la playa de Ocumare, donde los capitanes de los barcos que habían traído a los patriotas desde Oriente, habían hecho descargar el parque. En medio del desorden y ante el anuncio de la cercanía de Morales, Bolívar, en compañía de Salom, trató de reembarcar el parque mientras se esperaban noticias de Soublette. Pero no había barcos, porque dos de los capitanes, que no eran sino corsarios que apoyaban a los patriotas pero que estaban más interesados en su negocio, habían cargado las embarcaciones con frutas y simplemente se habían marchado a venderlas en las islas caribeñas cercanas, dejando a los patriotas sin transporte. El mismo Brión, que además de almirante patriota era también corsario y comerciante, había hecho lo mismo yéndose a Bonaire. Sólo quedaba a la vista un pequeño velero, el de Villaret, que estaba igualmente a punto de largarse. Bolívar había perdido el contacto con la vanguardia de Soublette y esperaba noticias suyas.

En eso surge un extraño personaje, un tal Isidro Alzuru, ex edecán de Mariño, que informa a Bolívar de parte de Soublette que todo está perdido y que Morales y sus tropas están entrando ya a Ocumare. Nunca se aclaró si Alzuru, que luego desapareció, era un irresponsable, un cobarde o un traidor. Su información era falsa y lo que Soublette le había ordenado decir a Bolívar era que estaba acampado cerca de Ocumare esperando órdenes para marchar hacia Choroní. La información desata el pánico, y en medio del desastre y de la gente que huye o se arroja al mar, uno de los marinos, Bideau, rescata a Bolívar y lo lleva al barco que está zarpando. Esto lo recuerda el propio Bolívar en mayo de 1830 en carta a Fernández Madrid, diciendo que, abandonado en la playa, estaba a punto de suicidarse para no caer en manos de los españoles cuando Bideau lo rescató. No hay duda de que, cualquiera sea la verdadera entre las versiones patriotas del suceso, incluso si lo es la que trata de justificarlo diciendo que sus oficiales trataron de salvarlo a toda costa para evitar su captura por los españoles, algo absolutamente necesario, lo cierto es que Bolívar falló en este caso, no por cobardía, como quieren Ducoudray-Holstein y Marx, sino por irresponsabilidad o por insuficiente manejo de sus tropas y de la situación. Fue su noche triste, el punto más bajo en su lucha, una lucha en la que se sucedían éxitos y derrotas con predominio hasta entonces de estas últimas, y el momento en que estuvo más cerca de perder no sólo la vida sino su liderazgo y el respeto de sus inquietos y ambiciosos subordinados.

Las tropas de Soublette y Mc Gregor sobrevivieron y marcharon hacia el interior a unirse con las guerrillas de los llanos, pero la expedición fue un desastre y el parque patriota fue capturado al día siguiente por Morales. Bolívar debió seguir en el barco que lo rescatara hasta Bonaire, donde encontró a Brión; y luego de reclamarle su conducta, regresó con él hacia Choroní a reunirse con Soublette, pero sin poder hacerlo porque fueron informados de que Choroní estaba ya en poder de los realistas. Al regresar a Oriente, fue acusado de irresponsable y de cobarde por Piar y por Bermúdez, debiendo sobrevivir a un intento de asesinato por parte de éste y viéndose obligado a retornar derrotado a Haití, donde contó de nuevo con la solidaridad de Pétion para organizar una nueva expedición hacia las costas venezolanas, esta vez más exitosa.

Continúa Marx resumiendo a Ducoudray-Holstein. En 1817, ya instalados de nuevo los patriotas en territorio venezolano, Bolívar, luego de ordenar al coronel Freites defender la Casa Fuerte (Casa de la Misericordia) cerca de Barcelona, ofreciéndole apoyo, lo abandona a su suerte y Freites es masacrado por los españoles. Luego decide eliminar a Piar por envidia y odio personal, porque Piar, el conquistador de Guayana, descrito como hombre de color y caudillo de los pardos, se burlaba de Bolívar y lo llamaba despectivamente ‘el Napoleón de las retiradas’. Bolívar forja un plan para librarse de él: lo acusa de conspirar contra los blancos, lo captura, lo somete a un Consejo de Guerra y lo hace fusilar, lo que atemoriza a Mariño y lo lleva a arrastrarse en forma abyecta ante el Libertador. Repitiendo esta sarta de simplezas y chismes sacados todos de contexto y narrados de manera superficial es imposible acercarse con seriedad al examen de un tema polémico como este, merecedor de un análisis que sería muy largo y que no puedo hacer ahora. En su madurez el mismo Bolívar lamentó haber autorizado el fusilamiento de Piar, pero lo central entonces, en 1817, era la necesidad de poner fin a las rivalidades e intrigas entre líderes patriotas que habían hecho fracasar hasta el momento la lucha por la independencia, y lograr la unidad de mando sin la cual la lucha estaba destinada al fracaso. El liderazgo de Bolívar se impuso. Piar fue la trágica víctima, el terrible precio que se pagó por ello; y conviene recordar que siempre resulta fácil juzgar y condenar estas dramáticas decisiones a distancia, fuera de la propia lucha, desde la comodidad de una biblioteca, de una cátedra o de un gabinete de estudio.

Sigue Marx repitiendo las mentiras y simplezas de Ducoudray-Holstein: liberada Guayana por Piar y ahora controlada por Bolívar, éste, teniendo más y mejores tropas que Morillo, no se aprovecha de ello, maneja mal las tropas y pierde todas las batallas. Bolívar deja la dirección de la guerra en manos de Páez y de los otros y se retira a Angostura. Todo está a punto de derrumbarse por la incapacidad de Bolívar. Y entonces llega la salvación para los republicanos: se incorporan a la lucha patriota los legionarios europeos que vienen a poner orden y a darle dirección coherente al proceso. Aquí se pone de nuevo en evidencia ese sesgo despectivo de corte racista que asume Marx con respecto a Bolívar y a los patriotas venezolanos. Estos no valen nada como soldados y sólo la capacidad europea y la disciplina británica son capaces a través de unos cuantos batallones de legionarios de salvar una lucha que de otro modo está perdida. Una cosa es reconocer el importante papel desempeñado por los legionarios extranjeros y otra atribuirles todos los méritos. Otro que contribuye a salvar a Bolívar es Juan Germán Roscio que es según Marx quien lo induce a convocar el Congreso de Angostura, con lo que se logra reclutar un nuevo ejército republicano. Y resulta por lo menos asombroso (aunque ya no a estas alturas del texto) que la mención de Marx al Congreso de Angostura se reduzca a esto, ignorando por completo el Discurso de Bolívar y su significado.

Lo que vale la pena señalar es que la nulidad de Bolívar se muestra a cada paso y que cada uno de sus logros es siempre atribuido a otro o le es impuesto de algún modo por otro, quienquiera que sea. Clara muestra de esto es lo que Marx añade a continuación: que son los oficiales extranjeros los que lo convencen de atacar la Nueva Granada y liberarla para luego liberar a Venezuela. De la expedición para liberar la Nueva Granada apenas se habla. No hay una sola palabra acerca de esa inmensa hazaña que fue el paso de los Andes, y en las batallas que logran la independencia neogranadina los héroes no son los llaneros y los venezolanos y colombianos sino los legionarios europeos, sin olvidar que, según Marx, todo habría estado muy bien preparado por Santander. Es decir, que el mérito de Bolívar es como siempre nulo.

Dice ahora Marx: Liberada Bogotá, Bolívar encarga del poder a Santander y se va a Pamplona a desperdiciar dos meses dedicado a bailes y fiestas. Regresa luego a Venezuela. Disponía de soldados y recursos para atacar a los debilitados españoles, pero no lo hizo y prefirió prolongar la guerra cinco años más. Reaparece entonces Roscio para persuadir a Bolívar de que proclame a Venezuela y Nueva Granada como República de Colombia e instale un Congreso común que redacte una Constitución. Bolívar no hace nada en 1820. Se deja convencer por Morillo y acuerda un innecesario armisticio de seis meses en cuya firma ni siquiera se reconoce a Colombia, algo prohibido de manera expresa por el Congreso. Y cuando al fin está a punto de producirse la batalla de Carabobo, aun contando con un ejército mayor que el de La Torre, el sustituto de Morillo, quien había regresado a España, Bolívar, asustado de la buena posición del enemigo, propone a sus oficiales solicitar una nueva tregua, lo que es rechazado frontalmente por éstos. Después de lograda la victoria, Bolívar pierde la ocasión de tomar Puerto Cabello y dar así fin a la guerra porque prefiere hacerse homenajear en Caracas y Valencia. ¿Es que acaso vale la pena refutar estas sandeces? ¿Es que alguien podría explicar cómo una nulidad semejante pudo alcanzar el liderazgo, la gloria, la admiración y el respeto alcanzados por Bolívar?

De hecho, para Marx la independencia venezolana sólo se logró debido a dos hechos favorables ajenos al liderazgo de Bolívar y de sus subordinados: el fracaso de la expedición española de Riego sobre América en 1820 y la presencia de la Legión Británica. Y Marx culmina esta apreciación superficial y simplista con otra observación de corte racista y cargada de desprecio por los llaneros y en general por los combatientes y soldados venezolanos y colombianos. Afirma que los españoles le temían más a la Legión Británica que a un número diez veces más grande de colombianos, es decir, de llaneros. Discutir esto es necio, pero lo que sí habría que decir es que todos los europeos que combatieron al lado de los llaneros venezolanos reconocen no sólo el valor sino la inmensa capacidad militar de éstos. Y Morillo, ex combatiente contra Napoleón en España, que debió enfrentar a esos llaneros dirigidos por Paéz, tras caer varias veces derrotado por ellos, reconoció sin ambages su invencibilidad, llegando hasta a decir en una ocasión que si dispusiera de cien mil llaneros se pasearía como vencedor por toda Europa en nombre del Rey de España.

A partir de aquí el texto de Marx se acorta en forma abrupta y pasa a resumir en forma rápida, y obviando muchas cosas, los años más gloriosos de la gesta de Bolívar. El texto deja de tener la vida, la riqueza en chismes e intrigas menores que ha tenido hasta entonces, lo que se debe a que se le acaba el libro de Ducoudray-Holstein, el cual concluye con la independencia de Venezuela a raíz de la batalla de Carabobo. A partir de entonces, sin perder su carácter superficial y su interés en destacar todo hecho útil para criticar a Bolívar así sea manipulando las cosas, Marx no tiene otro camino que el de dar una visión general de lo que sigue, resumir los hechos y hacerle a Bolívar críticas que van más allá de la pequeña intriga y que en cierto sentido son de mayor alcance. Para no alargar demasiado esto y seguir repitiendo lo mismo, terminaré esta parte haciendo un breve resumen de algunas de las cosas que Marx dice.

En la campaña del sur de Colombia y Ecuador tras decir que la dirección nominal es de Bolívar, y la real de Sucre, reitera que los éxitos se deben íntegramente a la oficialidad británica. En la campaña del Perú y del Alto Perú, Bolívar ya no sigue representando el papel de Comandante en Jefe y delega el mando en Sucre para dedicarse a entradas triunfales, manifiestos y proclamación de Constituciones. Habla de Bolivia como una tierra ‘sometida a las bayonetas de Sucre’ y no liberada por él. Dice que allí Bolívar da rienda suelta a su tendencia al despotismo y proclama el ‘código boliviano’ (es decir la Constitución de Bolivia), en su opinión mero remedo del Código napoleónico. Y al afirmar que Bolívar quería aplicarlo a Colombia y al Perú, Marx considera a éste territorio ‘sometido por sus tropas’, lo que equivale a calificar a Bolívar de invasor extranjero y no de libertador. Más adelante acusa a Bolívar de haber alentado en 1826 la revuelta de Páez contra Santander porque necesitaba sublevaciones como pretexto para implantar su dictadura. Y remata diciendo que en ese mismo año, cuando su poder empieza a declinar, Bolívar convoca un Congreso en Panamá con el objeto aparente de promulgar un nuevo código democrático internacional cuando en realidad lo que quería no era otra cosa que unificar toda América del Sur en una República federal de la que él sería el dictador. Al fin, en marzo de 1830 (¡!), Bolívar se dirige a Maracaibo, dice, para enfrentar a Páez, pero ante la fuerza y decisión de éste, su valor flaqueó y llegó hasta a pensar en sometérsele. Pero viendo que perdía ascendente, decidió al fin renunciar, muriendo poco después a fines de ese mismo año.

Concluye reproduciendo el retrato de Bolívar que trazara Ducoudray-Holstein y ofreciendo la bibliografía utilizada, tres obras, de las que como he dicho antes, todo indica que sólo usó con profusión la primera y apenas hojeó las otras dos.

Algo más para terminar con este lamentable texto. Es difícil entender cómo, en una guerra larga y feroz y en una lucha por la independencia contra un imperio poderoso como el español, alguien tan cobarde, inútil e incapaz como el Bolívar que Marx describe haya podido alcanzar tanta gloria, conseguir tal liderazgo y someter a su poder absoluto a países enteros llenos de guerreros armados. Cegado por su prejuiciado odio contra Bolívar, Marx no parece darse cuenta de esta flagrante contradicción. Porque lo que está en el fondo de todo esto es que escribir una biografía de Bolívar a partir de todo lo que contra él dice su enemigo Ducoudray-Holstein es tan absurdo como intentar escribir la biografía de los herejes cristianos medievales a partir de las calumnias y del odio de los inquisidores; o, algo más cercano de nosotros, intentar escribir la biografía de Chávez basándose sólo en las calumnias que medios y dirigentes de la oposición venezolana escriben y difunden a diario contra él.

sábado, 11 de agosto de 2012

EL ROL ANTIIMPERIALISTA DE LA OPEP

EXTRACTO DEL DISCURSO DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA, HUGO CHÁVEZ FRÍAS, CON MOTIVO DE LA APERTURA DE LA 141 REUNIÓN EXTRAORDINARIA DE LA CONFERENCIA MINISTERIAL DE LA ORGANIZACIÓN DE PAÍSES EXPORTADORES DE PETRÓLEO (OPEP), CELEBRADA EN CARACAS, EL 1° DE JUNIO DE 2006).


“...yo no sé cuál  saqueo fue más dañino y más brutal, si el de los conquistadores españoles desde 1498 hasta 1700 y más, o el saqueo petrolero a Venezuela durante las primeras décadas del siglo XX. Porque el imperio español ciertamente hizo mucho daño, pero sin embargo construyeron ciudades, caminos, y aunque de manera cruel e imperial, se hizo un mestizaje y se fueron asentando pueblos, y nació una civilización. Pero en el siglo XX, ¿qué ciudades nacieron? Al contrario, se destruyeron ciudades, se destruyeron campos con el afán imperialista de la explotación petrolera...
… pasó un siglo y nosotros regalamos el petróleo durante un siglo para saciar la sed de los países desarrollados.
Y nuestros pueblos en África, nuestros pueblos en Asia, nuestros pueblos en América Latina hundiéndose en el subdesarrollo, hundiéndose en la miseria, hundiéndose en el atraso.
Colonialismo, eso se llama colonialismo. Imperialismo, eso se llama Imperialismo. Por eso es que la OPEP es una organización antiimperialista, la OPEP es una organización liberadora para el desarrollo de nuestros pueblos de América Latina, de África y de Asia”.