domingo, 12 de agosto de 2012

Parte II: El 'Bolívar' de Marx - Vladimir Acosta

El contexto y las motivaciones de Marx
La pregunta que en forma inevitable surge al leer este escrito de Marx, y que ya se hacía en 1942 Gilberto Vieira, es: ¿cómo es posible que un genio como Marx y un investigador tan serio y riguroso como él haya podido escribir un texto semejante?

Desde el principio, desde que empezó a circular el texto, la izquierda latinoamericana ha intentado explicar el escaso valor del mismo argumentando que se trató de un trabajo menor, de ocasión, escrito sin el menor interés y sólo como recurso de supervivencia; y que además Marx no pudo contar sino con unas pocas fuentes disponibles, que para colmo eran todas contrarias a Bolívar. Pero esta explicación es claramente insuficiente. Es verdad que se trató de un trabajo menor, escrito de prisa y como mero recurso para paliar las dificultades económicas por las que Marx y su familia pasaban, y pasaron, durante casi toda su vida. Ello es tan cierto que varios de los artículos escritos por Engels para la Cyclopedia de Dana le fueron atribuidos por él a Marx para que éste recibiera por ellos los pagos asignados. También es cierto que Marx no se ocupó más del asunto, salvo en dos cortas referencias a Bolívar en las que ratifica y refuerza lo dicho contra el Libertador venezolano en su trabajo. Pero en cambio no es verdad que la razón de su virulencia contra Bolívar fuera el mero resultado de la escasez de fuentes sobre éste y de haberse visto obligado a usar las pocas disponibles, que le eran todas desfavorables. Aquí conviene señalar dos cosas. La primera, que, como mostrara el escritor norteamericano Hal Draper hace algunas décadas, en su artículo ‘Carlos Marx y Simón Bolívar’, Marx, que todos sabemos era un investigador serio y acucioso, revisó las fuentes disponibles en la Biblioteca del Museo Británico en la que solía trabajar de ordinario, y es falso que todas fueran contrarias a Bolívar. Dice Draper que Marx revisó en el Museo varias enciclopedias inglesas, francesas y alemanas, como la Encyclopaedia Americana, la Encyclopaedia Britannica, la Penn Encyclopaedia, la Encyclopédie du XIXe siècle, el Dictionnaire de la Conversation y el Brockhaus Conversations-Lexicon, y que todas ellas eran abiertamente favorables a Bolívar. De donde se deriva que prefirió ignorar las informaciones y criterios de estas fuentes. Y la segunda cosa a señalar es que de las fuentes que sí usó para su trabajo, las que ya he mencionado, se basó de modo casi exclusivo en una de ellas, la más adversa a Bolívar, la que destila a cada paso intrigas, calumnias y odio contra él, apenas usando de modo ocasional las otras dos, una de las cuales, Miller, lo elogia en cambio varias veces.

Es decir, que no es una mera cuestión de ausencia de fuentes, y la verdad es que Marx escribió su ensayo predispuesto por completo contra Bolívar; que disfrutó demoliendo al personaje; y que perdió, en una temática que además no manejaba bien como era la revolución de independencia sudamericana, toda posibilidad de redactar sobre el Libertador venezolano un trabajo sino objetivo por lo menos serio. La explicación de fondo hay que buscarla entonces en otra parte, o a otro nivel; y en mi opinión hacerlo supone adquirir del asunto una visión al mismo tiempo más amplia y más concreta.

Una visión más amplia supone hacerse tanto una idea general del contexto histórico y sociocultural en que Marx escribe el texto como del proceso evolutivo de su pensamiento dentro de ese contexto en que se mueve. Esto, como se ve, supone un examen demasiado extenso y complejo como para poder tratarlo en este corto ensayo, razón por la que me limitaré sólo a exponer en forma somera los elementos que me parecen más relevantes. Central en este terreno es constatar el auge capitalista que caracteriza a esa Europa de mediados del siglo XIX en que transcurre para entonces la vida de Marx y en la que se hacen comprensibles los parámetros de su pensamiento, incluso cuando con extraordinaria visión histórica ubica como sistema concreto al asociado al capital, define sus límites y contradicciones, y denuncia sus miserias. Y al mismo tiempo, no olvidar que aun dentro de su genialidad el pensamiento de Marx no constituye un todo fijo o inmodificable, como intentan hacernos ver algunas lecturas dogmáticas del mismo, sino que es evidente que evoluciona, madura, se equivoca, avanza, se enriquece y profundiza, aunque hay en él terrenos siempre mejor explorados por ser considerados prioritarios mientras que hay otros que, sea por razones históricas o de interés personal, permanecen vírgenes, se tocan de manera superficial, o no son integrados como los primeros a visiones de conjunto.

El Marx de mediados del siglo XIX está condicionado en gran parte, y habría sido casi imposible que no lo estuviera, por una visión positiva del progreso y del sentido de la Historia; materialista, sí, inseparable de ese auge capitalista dominante ya en Europa y ascendente en los Estados Unidos y capaz de ver sus límites históricos, pero aun sujeta a algunos rasgos idealistas de corte hegeliano. Esa visión del progreso asociada al ascenso y triunfo del capitalismo (Marx no habla nunca del capitalismo sino del capital) está presente en toda su obra escrita hasta entonces, sobre todo en La ideología alemana y el Manifiesto Comunista. En ambas se muestra la fuerza imparable del capitalismo para imponerse como sistema de vocación mundial, destruyendo a su paso, o sometiéndolas a su dominio, a todas las formas de producción anteriores. Es esa fuerza disolvente y esa capacidad de expandirse por doquier lo que en su opinión y en la de Engels hacen del capitalismo, del capitalismo de su época, una fuerza revolucionaria. Revolucionaria porque, aun siendo un sistema terrible de explotación y de injusticia, al destruir las formas anteriores de trabajo, artesanales y campesinas, al crear el moderno sistema fabril, ese sistema crea también al moderno proletariado industrial, a la clase social llamada a destruirlo y a servir de fuerza motriz en la construcción colectiva de una sociedad democrática, igualitaria, justa: socialista o comunista. Por ello Marx y Engels son capaces de justificar dentro de ciertos límites la colonización inglesa de la India y de apoyar, en nombre de esa visión del progreso, la anexión de Texas y de la mitad de México por los Estados Unidos. La crítica que hacen del capitalismo, sobre todo en el mundo colonial o periférico, se limita a condenar los excesos morales o los crímenes que acompañan esa conquista o esa dominación, sin olvidar que a veces, como en el caso del desmembramiento de México por los Estados Unidos, prácticamente se los ignora.

Es dentro de ese mismo contexto que se ubica el discutido eurocentrismo de Marx. No obstante su amplitud de miras y su visión universal, es difícil negar que haya rasgos eurocéntricos en el pensamiento del Marx de mediados del siglo XIX. Para Marx la revolución, que supone la existencia del proletariado moderno, sólo puede producirse en los países capitalistas, vale decir, en Europa y los Estados Unidos. El resto del mundo cuenta menos; y sólo se incorporaría a esa lucha mediante el desarrollo capitalista que dé origen al proletariado y a la consiguiente lucha de clases. Marx escribe mucho sobre India y China, pero lo hace por la incidencia del colonialismo británico sobre ambas. Sólo más adelante, y sobre todo en etapas más tardías de su vida, Marx descubre realmente el mundo colonial, empieza a apoyar la lucha de los pueblos oprimidos del Asia, de indios y chinos, contra el dominio de los colonialistas ingleses, y comienza a darse cuenta de que lo que en su visión inicial justificaba históricamente la penetración capitalista en India y China, esto es, la creación de plenos y modernos rasgos capitalistas, ha sido un mero espejismo y que lo que esa dominación ha generado, aplastando la resistencia de los pueblos y apoyándose en las serviles clases dominantes internas, es una caricatura de capitalismo. Es lo mismo que descubre en la cercana Irlanda, lo que le lleva, desde los tiempos de la Primera Internacional, a defender la lucha de los irlandeses por su independencia de Inglaterra y a afirmar, igual que hace Engels, que el proletariado inglés se ha beneficiado de la explotación de Irlanda y que ningún pueblo puede ser libre mientras participe de la explotación de otro. Marx llega incluso, al final de su vida, interesado como estaba en el desarrollo ruso, a abrirse a la idea revolucionaria de que la vieja comuna campesina rusa, dados sus rasgos colectivistas y su peso dentro de la sociedad, podría hacer posible que Rusia se saltase la brutal etapa capitalista y pudiese avanzar hacia el socialismo apoyándose en la importancia de esa comuna agraria.

Es claro que en ese contexto europeo de mediados del siglo XIX no había mucho espacio para una comprensión de América Latina, no obstante ser ésta el área del mundo periférico más cercana de Europa, en especial de Inglaterra y Francia, en términos culturales y económicos. Las costosas y destructivas guerras de independencia, encabezadas por las clases dominantes internas, que fueron sus beneficiarias, habían conseguido la liberación de estas nuevas naciones del dominio hispano-portugués pero sólo para hacerlas caer bajo la hegemonía inglesa o franco-británica. No eran colonias porque eran nominalmente libres. Pero eran países atrasados, agrarios, de escaso o nulo desarrollo capitalista, carentes de un proletariado moderno, dominado por oligarquías terratenientes, militar o comercial que trataban de imitar a Europa hasta el nivel de la caricatura, hundidos en crisis, guerras civiles y alzamientos y amenazados por dictaduras militares y procesos internos de disolución. Comprender la complejidad y las especificidades de los procesos políticos vividos por América latina desde la independencia requería un conocimiento de la misma que no estaba al alcance entonces de nadie en Europa y que no estuvo tampoco al alcance de Marx. Todavía, siglo y medio después, discutimos con virulencia los latinoamericanos en nuestro continente acerca de la interpretación de esos procesos. ¿Cómo pedirle a Marx, desinformado y pendiente de otras cosas, que los entendiera entonces? Si hay que criticarle algo es que lo hiciera de todos modos; y sobre todo que, como en el caso de Bolívar y de la independencia sudamericana, lo hiciera cargado de prejuicios.

La visión de América latina que dominaba entonces en Europa, visión procedente de la Ilustración del siglo XVIII pero aun presente en el pensamiento europeo de mediados del siglo XIX, y reforzada, como en el caso de Marx, por las difundidas ideas de Hegel, era la que hacía de nuestro continente un mundo inferior tanto en lo físico como en lo humano; y en el caso de Hegel la que presentaba a nuestros pueblos como pueblos sin historia, como pueblos no tocados por la ascendente marcha del Espíritu universal en su evolución hacia Espíritu Absoluto. En su Filosofía de la Historia, Hegel, influido por De Pauw, desprecia a los indígenas americanos, a los que describe como débiles, borrachos, inútiles y perezosos (el ejemplo clásico sería el de los guaraníes, de los que dice que necesitaban en las reducciones que los jesuitas sonaran campanas a medianoche para recordarles sus deberes conyugales); y desconfía del mestizaje criollo. Y aunque deja de lado a todo el Nuevo Mundo por no haber sido tocado por el Espíritu, distingue bien entre la América del Norte, es decir, los Estados Unidos, y la América del Sur, o América hispano-portuguesa. Los Estados Unidos, prósperos, ricos, libres, expansivos, quedan fuera de su esquema sólo porque son la nación o el pueblo del futuro, pero la América del Sur, cuyas pobres repúblicas se basan en el poder militar y carecen de estabilidad, queda fuera porque no sólo carece de pasado y de historia sino porque también carece de futuro. Como nos muestra el texto de Marx sobre Bolívar (y el de Engels en 1849 sobre California en la guerra de Estados Unidos y México, en el que habla de los ‘enérgicos yanquis’ y los ‘perezosos mexicanos’) ambos, Engels y Marx, al menos hasta mediados de siglo, son tributarios aun de Hegel en este campo.

Y aquí surge un aspecto interesante, también relacionado con Hegel, que nos acerca al centro del problema, y que tocara hace más de dos décadas José Aricó en su trabajo Marx y América Latina. Se trata del tema del Estado, que nos lleva al motivo principal del rechazo de Marx contra Bolívar, más allá de los chismes y calumnias de Ducoudray-Holstein. Pero en este terreno Marx sólo depende de Hegel para oponerse a él. Para Hegel los pueblos que carecen de Estado son pueblos sin historia, no importa la capacidad que hayan tenido para construir grandes civilizaciones. El Estado, como es sabido, constituye el centro de la reflexión ética y política de Hegel y contiene de alguna forma a la familia y a la sociedad civil, que es concebida casi como producto de aquél, o en todo caso como parte indisoluble del mismo. En Hegel el Estado, por lo demás idealizado, visto como Espíritu objetivo, es centro del análisis de la sociedad. Vale decir, que Hegel en su estudio tiene por eje la dimensión política. Para Marx, opuesto desde antes a la visión estatal de Hegel, el centro de la reflexión social es el plano económico o socio-económico asociado a la lucha de clases. El Estado en cambio es visto como instrumento político de dominio de una clase sobre otras; y todo el esfuerzo teórico y político de Marx en este campo va dirigido a enfrentar al Estado, que es ya Estado capitalista como antes fue feudal o esclavista, a enfrentarlo y a destruir su maquinaria como requisito para construir la sociedad igualitaria y sin explotación que prevé como resultado del triunfo de los explotados contra el poder del capital. Y así como se opone en el plano teórico al Estado hegeliano, Marx se opone en el terreno de la praxis concreta al Estado bonapartista, régimen autoritario y paternalista que intenta ponerse por encima de las clases y de la lucha de clases y que, como en la Francia de Napoleón III, no es sino un instrumento de manipulación de las masas populares para debilitar sus luchas en beneficio de los explotadores.

Así llegamos a la visión concreta, que nos lleva, como ya dije, al centro del problema, a las razones precisas del odio de Marx contra Bolívar. Los críticos y enemigos de Bolívar, al calificarlo de dictador de vocación monárquica, y estas críticas también circulaban por Europa, lo acusaron a menudo de querer imitar a Napoleón y de imponer por doquier a los países que había libertado con su espada un régimen autoritario al servicio de los grupos oligárquicos y apoyado en las bayonetas del ejército. Eso fue lo que Marx vio en Bolívar. Desde que comenzó a informarse sobre él, Marx vio en Bolívar a un bonapartista, a un imitador o émulo de Bonaparte, a una versión latinoamericana, es decir, caricaturesca, de su odiado Napoleón III, encarnación del bonapartismo en esos mediados del antepasado siglo. Marx, que era un terrible polemista, y que a menudo combinaba los ataques políticos a sus adversarios con ataques personales, convierte su odio teórico y político contra el Estado hegeliano y su odio empírico contra el bonapartismo encarnado en Napoleón III en odio personal contra Bolívar. Entonces ¿qué mejor fuente para demoler al personaje que el venenoso libro de Ducoudray-Holstein contra el Libertador? Y si Bolívar es para Marx un pobre y mediocre Napoleón de esa pobre y atrasada Sudamérica, entonces ¿cómo no compararlo con el dictador haitiano Faustin Soulouque, que de Presidente se hizo coronar emperador de Haití, haciéndose llamar Faustino I, creando una suerte de corte versallesca, y al que en la Europa de esos años, racista como siempre, se lo veía como la auténtica caricatura de Bonaparte? Es justamente lo que hace Marx cuando Dana le reclama que su trabajo sobre Bolívar está lejos de la objetividad y el equilibrio que exige un artículo enciclopédico y Marx responde a sus reparos comentándole a Engels en una lamentable carta que “habría sido pasarse de la raya querer presentar como Napoleón I al canalla más cobarde, brutal y miserable” porque “Bolívar es el verdadero Soulouque.”

Quizá habría que hacer entonces, para terminar con este tema, una necesaria referencia al bonapartismo atribuido por Marx y otros a Bolívar. Este es un tema central, que toca la guerra revolucionaria latinoamericana y sus características políticas y sociales, la relación entre la guerra y la unidad de mando, la visión política centralista y unitaria de Bolívar, el análisis de su dictadura y la relación entre ésta y las Constituciones y Congresos, su preocupación por crear para los recién liberados países regímenes políticos justos y estables, y sobre todo la descomposición, las crisis y los caudillismos y rivalidades locales que siguen al logro de la independencia amenazando el proyecto unitario de patria grande de Bolívar, su decisión de salvar a todo precio la unidad lograda con tanto esfuerzo y el costo que asume en la última etapa de su vida el mantenimiento de esa unidad, lo que, viéndose enfrentado a una fuerte oposición y a una creciente demagogia encubridora de pequeños intereses y de serias amenazas de desmembramiento y anarquía, lo lleva, para mantener su poder, a apoyarse en su control del ejército y en una alianza con sectores conservadores de la reconstituida oligarquía. Pero tratar el complejo tema con seriedad y con detalle, huyendo de ligerezas y lugares comunes, exigiría un trabajo diferente, por lo que por lo pronto creo que basta con lo dicho. Lo que importa resaltar ahora es que, para Marx, Bolívar había sido un bonapartista, un caudillo autoritario opresor de las masas, y que no había sido otra cosa que el instrumento de las oligarquías para someterlas a su dominio.

Los grandes hombres. La grandeza de Marx y la de Bolivar
De modo que fue la casualidad la que relacionó a Marx con Bolívar, al gran pensador revolucionario europeo con el gran Libertador americano. La casualidad enfrentó a estos dos grandes hombres, a Marx y a Bolívar; o, para ser más exactos, a Marx con el fantasma de Bolívar. Creo necesario, para dar fin a este ensayo, hacer algunos cortos comentarios sobre la grandeza de ambos personajes y sobre la posibilidad, o mejor aún, sobre la necesidad, de recrear esa relación sobre otras bases.

Esto es necesario porque la gran mayoría de los venezolanos conoce poco a Marx y tiene de él una visión tan caricaturesca como la que el autor de El Capital nos dejara de Bolívar. Apoyada en intelectuales y académicos que le sirven, y llegando al pueblo a través de ellos y de los medios y sectores que controla y que incluyen a la alta jerarquía eclesiástica con poderosa influencia entre las masas católicas, la derecha, la misma que ha sido cómplice del saqueo de nuestros pueblos y responsable de su miseria, ha difundido esta visión con cierto éxito, utilizando también a menudo para ello el deplorable escrito de Marx contra Bolívar. Marx es entonces, dentro de la caricatura que muestran del marxismo y del comunismo, el creador de ambas doctrinas, el enemigo de la propiedad privada, y sobre todo el defensor de políticas totalitarias que acaban con las libertades, que despojan a las gentes de sus bienes, que producen por doquier la miseria y el hambre de los pueblos; algo que por cierto sí han hecho en nuestros países los gobiernos de esa derecha y sobre todo las frecuentes dictaduras anticomunistas que hemos sufrido, apoyadas siempre por ella y por los imperialistas estadounidenses a los que ella sirve.

De Marx no puedo hacer otra cosa que dar aquí una apresurada visión de conjunto acerca de su vida y de su obra. Karl Marx es sin duda uno de los más grandes pensadores que haya producido la humanidad, uno de los más influyentes, cuya obra y cuyas ideas siguen moviendo a millones de seres humanos en la lucha por un mundo mejor. Y esto es así porque Marx no fue sólo un gran pensador sino también un auténtico revolucionario, que a costa de grandes sacrificios luchó toda su vida por la causa de los trabajadores y de los explotados. Nacido en 1818 en Tréveris, ciudad de la Alemania renana que entonces era parte de Prusia, en una familia judía convertida al protestantismo, Marx, habiendo estudiado en Bonn y en Berlín, habiendo egresado con un doctorado en Filosofía de la Universidad de Jena en 1841 y habiéndose casado dos años después con Jenny von Westphalen, una bella joven de origen aristocrático, pudo haber elegido vivir como docente universitario una cómoda vida burguesa sin problemas. Pero se hizo tempranamente revolucionario, se comprometió a fondo en la lucha contra las fuerzas reaccionarias dominantes en su patria y contra la despiadada explotación capitalista que se iba imponiendo entonces por casi toda Europa, en la lucha por la justicia y la igualdad, en la defensa de los intereses de los trabajadores y explotados, al lado de los cuales, militando y escribiendo, combatió buena parte de su vida. Su mujer, su compañera de toda esa vida, sacrificó con él y a su lado su origen y sus comodidades burguesas, acompañándolo en sus luchas y en su vida difícil, a menudo al borde de la miseria, y participando siempre de sus ideas y de esas luchas.

Durante varios años Marx fue un perseguido político, expulsado de su patria y de varios países europeos por revolucionario, terminando por convertirse en un apátrida refugiado en Londres, donde permaneció hasta el fin de sus días. Acosado por las autoridades prusianas, se ve obligado a trasladarse a París en 1844, donde traba relaciones con el movimiento socialista francés, inicia sus estudios sobre la economía política inglesa y reencuentra a Friedrich Engels, alemán y renano como él, con quien traba una sólida amistad y empieza una colaboración intelectual tan fructífera como duradera. Al año siguiente, por presión de las autoridades prusianas, es expulsado de París y se traslada a Bruselas, donde continúa su actividad intelectual y revolucionaria. Después de haber militado en la Liga de los Justos, en 1847 se integra a la Liga de los Comunistas, y al año siguiente Engels y él publican en Londres el famoso e inmortal Manifiesto Comunista. En 1848, ya en el contexto de las revoluciones que empiezan a incendiar toda Europa, Marx, expulsado de Bruselas, regresa a París atendiendo una invitación del gobierno provisional recién instalado en Francia tras el nuevo derrocamiento de la monarquía francesa. Al estallar la revolución en Alemania, Marx, acompañado por Engels, regresa a su patria a participar en la lucha. Derrotada la revolución en 1849, vuelve a París, pero es expulsado de Francia poco después y debe trasladarse a Londres, donde se instala con su familia como refugiado, y donde, salvo por unos pocos viajes ocasionales, permanece hasta su muerte en 1883, año por cierto en el que en Venezuela y en toda América Latina se conmemoraba con grandes ceremonias el centenario de la muerte de Bolívar.

Marx fue un luchador infatigable y un pensador total, estudioso incansable, perseguidor acucioso del saber para ponerlo al servicio de la causa de los explotados, filósofo, escritor, polemista, investigador, periodista, político, economista, sociólogo, luchador permanente por la libertad y la justicia. En sus comienzos recibe influencia de Hegel y forma parte de los Jóvenes Hegelianos, hegelianos de izquierda, pero pronto, gracias a la influencia de Ludwig Feuerbach, rompe con el idealismo de su maestro y sus discípulos y se hace materialista. El estudio de la historia lo lleva a ir desarrollando las líneas matrices de su visión del mundo y del proceso histórico. Ya iniciado en la economía política, el contacto con Engels lo estimula a dedicarse a fondo a ella y a ir perfilando los rasgos de su profundo y genial análisis del capitalismo y de la explotación. Su obra inmensa empieza con su participación en 1842 en la Gaceta Renana, de la que pronto es director. Prohibida la Gaceta por las autoridades prusianas, Marx coedita en París en 1843 los Anales Franco-Alemanes, pero éstos son también de corta duración. De la colaboración con Engels nacen La Sagrada Familia, expresión de su ruptura con los hegelianos de izquierda, y La ideología alemana, primer gran esbozo de su concepción de la historia, que permanece inédito hasta 1932. En febrero de 1848 es publicado el Manifiesto Comunista. El bonapartismo es demolido en su obras La lucha de clases en Francia, publicada en 1850, y El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, publicada en 1852.

Pero su centro de interés luego de trasladarse a Londres es la economía política y el análisis crítico del capitalismo, aunque por varios años, dadas las dificultades económicas que confronta, se ve obligado a escribir artículos para la prensa progresista estadounidense, colaborando en el New York Daily Tribune y más adelante en la Cyclopedia de su amigo Charles Dana. Uno de esos artículos es el panfleto contra Bolívar. En esos años acumula numerosas notas y apuntes relativos a su estudio acerca de la historia, y acerca del surgimiento del capitalismo y sus rasgos, apuntes que se publican en los años 30 del pasado siglo y que son conocidos con el título de Grundrisse. Pero en 1859 publica la Contribución a la crítica de la economía política y ocho años más tarde, producto de casi dos décadas de estudio, da a la luz el primer tomo de El Capital, su obra magna, de la que sólo publica ese tomo, pues es Engels quien edita, luego de su muerte, en 1885 y 1894 respectivamente, los otros dos, basado en lo que Marx dejara escrito al respecto y en los borradores de lo que no pudo terminar. Pero Marx sigue combinando el estudio teórico con la praxis política y en 1864 contribuye a crear la Primera Internacional, de la que se convierte en promotor y líder en medio de frecuentes conflictos políticos e ideológicos con las corrientes anarquistas. Estimula en esos años la fundación del Partido Socialista Obrero Alemán, cuyas tempranas desviaciones denuncia en varias obras, entre ellas la notable Crítica del Programa de Gotha, publicada en 1875. Antes, en 1871, en el contexto de la reciente derrota de la Comuna de París, que ha contado con el firme apoyo de la Internacional, escribe y publica La Guerra Civil en Francia, otra obra importante en la que muestra que la Comuna es la verdadera y plena democracia. Su correspondencia es enorme, y rica en análisis históricos y sociopolíticos. Aunque cansado y enfermo, en la última década de su vida, Marx, siempre hundido en la pobreza, sigue escribiendo, dedicado sobre todo a tratar de concluir El Capital. No lo logra porque su esposa Jenny muere en 1881 y Marx, enfermo y acabado, le sigue a la tumba dos años después. La obra de Marx es, pues, inmensa, cubre todo el campo de las ciencias sociales y sigue alumbrando entre los pobres y explotados nuevas luchas y nuevas esperanzas; y resulta grotesco, por decir lo menos, que aquellos que nada saben de él, al menos en Venezuela, crean que su única obra fue el lamentable y prejuiciado panfleto que en mal día escribió contra Bolívar.

Pero lo peor es que los venezolanos tampoco conocen bien a Bolívar, y suelen tener de él una visión sacralizada, producto de un viejo e interesado culto a su figura, estimulado por la derecha, culto que ha hecho de aquella la imagen de un ser perfecto e inaccesible y que a menudo ha servido a sectores políticos de esa derecha, que ha dominado siempre el país, para encubrir tras un ropaje patriótico algunas de sus fechorías y de sus conductas entreguistas y antipopulares, o para dejarlo olvidado en el bronce de las estatuas y la inaccesibilidad de los panteones. Y también porque esta visión sacralizada de Bolívar como héroe infalible y como modelo de perfección humana dificulta que se pueda tener de él una imagen más real, más humana, que resalte su merecida grandeza, la trascendencia de su lucha y de parte importante de su pensamiento, aptos para movilizar fuerzas actuales como sucede hoy, pero que entienda también que los grandes héroes son seres humanos y no dioses, capaces, sí, de realizar grandes hazañas y de marcar rumbos para el futuro, pero también de equivocarse, de cometer errores y de ser merecedores de análisis y de crítica histórica seria para unas y otras cosas.

Y no sólo es que los grandes hombres son seres humanos, como lo fueron Bolívar y Marx, sino que a menudo sus obras, sus grandes obras, que tienen muchas veces más de colectivas que lo que suele admitirse, están hechas de pequeñas cosas, de constancia, de sacrificio, de capacidad para aprender de los errores. Mark Twain dijo una vez que el genio se componía de un 2% de talento y un 98% de sudor, es decir, de esfuerzo, de constancia, de dedicación. Bolívar dedicó toda su vida a la lucha por la libertad de Venezuela y de la América del Sur. Marx pasó más de dieciocho años de su vida estudiando, leyendo y reflexionando para escribir el primer tomo de El Capital. Y toda su vida estuvo dedicada a la revolución. Y no sólo es que las obras de los grandes hombres, sus grandes obras, están hechas con frecuencia de pequeñas cosas y que el equivocarse es parte importante de su vida sino que hay momentos en que fallan, en que no responden a la idea que se tiene de ellos, sobre todo después de que han sido sacralizados, fundidos en bronce y levantados como estatuas por sobre su condición humana, la que los caracterizó en vida. Esta condición humana, estas cualidades y defectos, este fallar a veces, es lo que permite al común de los mortales identificarse con ellos, acercarse sin miedo a ellos, y respetarlos y admirarlos, no porque sean o hayan sido dioses, sino porque con su conducta muestran que, siendo seres humanos, capaces de errar y de tener momentos críticos, son capaces también de superarlos, de trascender, de cumplir grandes hazañas: políticas, militares, intelectuales, y de alimentar en los pueblos nuevas esperanzas para sus luchas.

La mayor grandeza de Bolívar está en haber sabido enfrentar y superar dificultades (“Yo soy el hombre de las dificultades”, le escribió una vez a Sucre), en haber sabido aprender de sus errores. Bolívar es el luchador infatigable que nos describe Joaquín Mosquera en Pativilca, el revolucionario que sacrifica todo por su patria, que rebasa los límites de su clase para asumir la dirección de todo un pueblo, que libera a sus esclavos, que proclama y defiende la abolición de la esclavitud, que lucha por la igualdad, y que desea para las nuevas naciones libertadas con su espada “la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de estabilidad política”. Bolívar es el visionario que rebasa el marco de su tiempo, que entiende que la patria es América y que sólo la unidad de esa patria grande permitirá a nuestros pueblos conquistar la independencia plena y enfrentar la amenaza de imperios más poderosos que el español. Pero Bolívar es eso y mucho más. Es el héroe que al final de su vida se aferra al poder para defender su obra y que ante la amenaza creciente de desintegración de ésta se ve forzado en forma trágica a apoyarse en el poder militar para intentar salvarla. Bolívar es en lo personal un hombre pleno, capaz de afrontar peligros y privaciones, de dedicar su vida a la liberación de su patria, pero también de amar la vida y los placeres, la música y los bailes, de amar el poder, de disfrutar de la pompa, del ceremonial de éste y de la alegría de las fiestas, de amar con pasión a las mujeres, aun a riesgo de crearse problemas y rivalidades por ello, como le ocurriera en más de una ocasión. Bolívar es un gran ser humano, lleno de vida y amante de la vida, con todo lo que esto significa, con sus geniales cualidades y también con sus innegables defectos. Además, como en todo gran personaje histórico, hay en él un hombre de su tiempo y otro que lo trasciende. Y el culto sacralizador y acomodaticio que se le ha brindado en Venezuela, desde que las mismas clases dominantes que hicieron fracasar sus proyectos decidieron apropiarse de su figura, ha sido en buena parte responsable de que los venezolanos actuales casi no conozcan a Bolívar y de que hasta hace muy poco haya sido imposible empezar a rescatar, como ahora, para el pueblo, su condición y su grandeza humanas.

Bolívar y Marx en la Venezuela de hoy
El papel de la revolución bolivariana y la labor del Presidente Chávez han sido esenciales en esto. La revolución bolivariana en curso ha rescatado del olvido y de la mera retórica vacía a la que se nos ha tenido acostumbrados el pensamiento de Bolívar, ha revivido sus luchas por la independencia y la soberanía, por la igualdad y la justicia, por la unidad de nuestros pueblos y por hacer realidad el sueño de una gran patria latinoamericana. En este sentido puede afirmarse con Neruda que Bolívar ha despertado de nuevo, y que su figura, su gesta y lo mucho que sobrevive de su pensamiento se han incorporado en forma activa a esa lucha de la mayoría del pueblo venezolano, y de otros pueblos sudamericanos, por alcanzar la democracia, la igualdad, la independencia y la soberanía que la gesta libertadora les ofreciera pero que les fueran negadas por las oligarquías criollas, únicas beneficiarias del proceso independentista, y que ahora parece posible conquistar. La derecha venezolana, y los intelectuales y publicistas que le sirven, ahora enemigos declarados de Bolívar, hablan de un nuevo culto al Libertador, que Chávez estaría estimulando y promoviendo en beneficio propio. No entienden nada, o no quieren entender. Movidos por un rechazo apriorístico a menudo irracional, o por intereses distintos a los del país, parecen haber perdido por completo no sólo la perspectiva histórica sino la capacidad misma de entender el presente en que se mueven. Más allá de detalles menores, de árboles que impiden ver el bosque, lo que se desarrolla hoy en Venezuela bajo la dirección de Chávez en torno a la figura de Bolívar no es otra cosa que un intento serio y sostenido, el primero que se hace en el país, de rescatar a Bolívar para las luchas del pueblo, para animar y fortalecer un proceso de cambios revolucionarios continuos en los que todo lo que sigue vivo del pensamiento y las luchas del gran Libertador venezolano, todo lo que puede contribuir a impulsar ese proceso, es recordado, revivido e incorporado a ese renovado e inaplazable combate por la independencia, la soberanía y la unidad de nuestros pueblos.

Ante esto, a la derecha y a los intelectuales y publicistas que le sirven no les queda otro camino que manipular el pensamiento y los hechos de Bolívar, que sacarlos de contexto, como hacen con el tema de la dictadura y la democracia. En el caso de la dictadura igualan y confunden de manera expresa el tiempo y el mundo de hace casi dos siglos con el tiempo y el mundo de hoy. Hacen igual que Ducoudray-Holstein: acusan a Bolívar de haber sido un dictador, de haber ejercido la dictadura, pero mientras aquél lo hacía por resentimiento personal, ellos lo hacen para asimilarlo a los dictadores del presente, y de paso para llegar a su verdadero objetivo que es acusar en forma absurda de dictador a Chávez.

Pero ¿que era entonces, en tiempos de Bolívar, la dictadura? ¿no era acaso necesidad impuesta por la guerra, que de ordinario y en todas las épocas se conduce bajo una autoridad única, o sobre todo asignación de poderes extraordinarios provisorios a un jefe político-militar o a un Presidente por parte de un Congreso o una Asamblea representativa, poderes que podían ser renovados o suspendidos por esa Asamblea o Congreso, igual que ocurría entre los antiguos romanos, los romanos de tiempos de la República? ¿Es que no se le otorgan hoy mismo poderes extraordinarios que hace siglo y medio se habrían llamado sin ambages dictatoriales a los gobernantes llamados democráticos en tiempos de crisis o de guerra? ¿No suspenden acaso esos gobernantes democráticos de hoy las garantías en caso de real o supuesta amenaza, sin que nadie los llame por ello dictadores? ¿Significaba acaso dictador entonces lo que significa ahora? ¿Es que no lo saben los historiadores venezolanos? ¿Por qué en tiempos de Bolívar no era deshonroso declararse dictador y sí en cambio lo es ahora? ¿O es que acaso les parece Bolívar comparable con Pinochet, con Somoza o con Chapita?

Y en cuanto a la democracia, hablan de democracia y de ser demócrata como si creyeran una vez más que el mundo de hoy es el mismo de hace casi dos siglos ¿Quién era demócrata entonces? ¿Lo eran acaso Jefferson, Madison o Jackson? ¿No dominaba acaso entonces como modelo a seguir por los pensadores más avanzados el republicanismo liberal y el consiguiente régimen censitario? Como sabe o debería saber cualquier politólogo, desde Aristóteles hasta mediados del siglo XIX por lo menos, cuando se aprueba el sufragio universal en Francia (y no en Estados Unidos, como pretenden algunos) democracia fue un concepto desprestigiado y poco usado (uno de los pocos que lo emplea y defiende es Rousseau) y al que se prefería siempre el de República o régimen republicano. La diferencia entre una y otra estriba en que Democracia es poder del pueblo, ejercido mayoritariamente por éste en su interés, mientras que República, que se define entonces como República liberal y supone por lo general una Constitución, es régimen censitario, que excluye o limita la participación del pueblo, esto es, gobierno de los propietarios y de la llamada minoría culta, quienes reciben del pueblo la legitimidad de su poder pero que aquél no ejerce nunca en forma directa porque lo delega en ellos. Acompañado de división de poderes, es ese el modelo político que desde Locke y Montesquieu es propugnado por la burguesía en ascenso contra la aristocracia, y que se va imponiendo en las nuevas Repúblicas independientes americanas comenzando por los Estados Unidos.

¿Cómo es entonces que la derecha venezolana y los intelectuales que le sirven critican en forma manipuladora a Bolívar ‘por no haber sido demócrata’ mientras consideran demócratas a líderes estadounidenses como Washington, Jefferson, Madison y Jackson? ¿Es que saben acaso lo que dicen? Dejando de lado que Washington era un terrateniente esclavista que despreció toda su vida a los negros y a los indios ¿es que ignoran el rechazo, el desprecio y el miedo que destilan Jefferson y Madison contra el pueblo, al que este último, en los papeles de El Federalista, considera una chusma peligrosa, emotiva, turbulenta y anárquica a la que hay meter en cintura manteniéndola lejos del poder? Y no olvidemos que ellos se refieren allí al pueblo blanco, porque a los negros se los excluye de hecho y de derecho por su condición de esclavos y a los indios simplemente se los masacra y extermina. ¿Eran acaso demócratas Jefferson y Madison? ¿Lo era acaso su republicanismo racista y excluyente basado en la esclavitud de los negros y el genocidio de los indios? ¿Lo era acaso Jackson, considerado como el líder del oeste que a la cabeza de su chusma de colonos (así la calificaron sus elitescos adversarios de entonces) rebajó el régimen censitario original para convertirlo en democracia, pero que en realidad sólo amplió la participación del pueblo blanco mientras mantenía la exclusión de los negros y el genocidio indígena porque era él mismo propietario de esclavos y masacrador de indios?

Más bien Bolívar, aun estando condicionado en esto por su tiempo, está más cerca de la democracia que estos supuestos demócratas estadounidenses que siguen siendo presentados por las derechas como modelos de lo que en realidad no fueron. En el pensamiento de Bolívar hay una seria influencia democratizadora derivada de Rousseau; y aunque teme también a la anarquía y es partidario de un régimen censitario, hay en sus discursos y en las Constituciones que propone o elabora una constante preocupación por el bienestar del pueblo, por la justicia social y por la igualdad. Está además su firme oposición a la esclavitud, defendida en cambio por los terratenientes esclavistas Jefferson y Madison; y están también sus medidas en Bolivia y Perú en favor de los derechos de los indígenas, conducta radicalmente distinta a la promoción de su exterminio sistemático por los falsos demócratas Jefferson, Madison y Jackson, quien, repito, además de propietario esclavista y especulador de tierras, era masacrador personal de indios, no sólo de los que se oponían a su expoliación rebelándose, como los semínolas, sino de los que la aceptaban en forma pacífica y querían someterse a ella, como los cherokees. En fin, que a la derecha venezolana y a los intelectuales y publicistas que le sirven no les queda otro camino que tratar de descontextualizar hoy a Bolívar, que presentarlo como un dictador con el único objetivo de acusar de dictador a Chávez, acusación sin base que no vale la pena discutir.

El hecho que sí cuenta es que Bolívar es hoy parte de las luchas del pueblo, parte necesaria de esa lucha por la justicia social, por el bienestar de las mayorías, por el acceso de éstas al poder, por la defensa de la soberanía de nuestras naciones frente al imperialismo estadounidense y por todo avance en el camino de la unidad continental de América Latina. En la lucha por el socialismo que se ha dado en llamar del siglo XXI, en la construcción de una sociedad más democrática y más justa, esto es fundamental, como lo es también aprender de Marx, de su pensamiento, de su obra, de su grandeza, de sus combates por la revolución, por la justicia, y de su sueño por construir un mundo de todos, un mundo de igualdad, sin injusticia y sin explotación. Y poca duda cabe de que, más allá de intrigas y panfletos, Bolívar y Marx terminarán encontrándose, y combatiendo del mismo lado, en esa difícil pero prometedora batalla que nos espera por la liberación de nuestros pueblos, para ir forjando con el concurso de las grandes mayorías ese otro mundo que es tan posible como urgente y necesario.

Caracas, agosto de 2007

No hay comentarios:

Publicar un comentario